LOS NIÑOS TIENEN DERECHO A LA LITERATURA INFANTIL

A la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1959, y a la Convención sobre los Derechos del Niño, firmada en 1989, sería necesario agregarles, de manera más específica y contundente, el principio de que todos los niños y las niñas, indistintamente del país, condición social, raza, sexo, idioma, credo o identidad cultural, tienen derecho a contar con una LITERATURA INFANTIL (con mayúsculas), que esté en relación con su desarrollo intelectual, emocional y lingüístico, aunque en el artículo 17 de la Convención, en el inciso a), se declara que los Estados “alentarán a los medios de comunicación a difundir información y materiales de interés social y cultural para el niño”, y en el inciso c) se hace hincapié en que los Estados “alentarán la producción y difusión de libros para niños”.

El florecimiento de la Literatura Infantil, debido a factores históricos y socioeconómicos, honda sus raíces en algunos medios intelectuales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, preocupados por hacernos comprender que la infancia es una etapa decisiva en el desarrollo de la personalidad humana, y que, por eso mismo, merece el respeto y la tolerancia de los adultos, aparte de que el niño, para evitar trastornos en su conducta, debe crecer en un ambiente de felicidad, amor y comprensión. Ahí tenemos a reconocidos defensores de los derechos de los niños y las niñas, como el escritor francés Jules Vallès, quien, en su obra “El niño” (1879), aboga por una infancia libre de atropellos físicos y psicológicos, lo mismo que la norteamericana Kate D. Wiggin, en su libro "Children's Rights" (Los derechos de los niños, 1892), reflexiona en torno a la necesidad de concederle al niño un espacio propio, donde pueda desarrollar sus facultades al margen de los métodos coercitivos que, en unos países más que en otros, aplica el mundo adultos para moldear su conducta conforme a las exigencias del sistema imperante. A esta lista de defensores del bienestar físico, social, mental, cultural y espiritual de los niños y las niñas se suman pensadores y pedagogos de la talla de Ellen Key, John Dewey, María Montessori, Eglantyne Jebb, Francisco Ferrer, Fernando Sainz, Janusz Korczak y Jean Piaget, entre otros.

La historia de la Literatura Infantil, como el mismo desarrollo de las sociedad hasta nuestros días, ha recorrido por un largo itinerario no exento de dificultades; por una parte, impuestas por las condiciones socioeconómicas de un país y, por otra, por los preceptos imperantes en épocas en que los niños no gozaban de sus derechos humanos, y mucho menos del derecho a contar con una literatura que contemplara los aspectos cognitivos de su desarrollo integral.

La concepción de infancia o niñez no emerge en la palestra social, con todos sus fundamentos psicosociales, hasta muy avanzada la Edad Moderna, que impulsa la renovación de los conceptos arcaicos sobre la infancia desde fines del siglo XIX; una época en la cual se afianzan, con mayor precisión y conocimiento de causa, los primeros estudios serios sobre el desarrollo intelectual y emocional de los niños.

La importancia adquirida por la literatura infantil moderna se debe, en gran medida, al asentamiento de la concepción de la infancia como una de las etapas fundamentales en el desarrollo de la personalidad humana. Es decir, la idea de que los niños no son adultos en miniatura, ni adultos con minusvalía, se ha hecho extensiva en la mayoría de las sociedades, donde los derechos del niño forman parte de la conciencia colectiva y de los sistemas educativos, con un aval que proviene desde la perspectiva psicológica, sociológica y pedagógica. Por lo tanto, la misión de desarrollar una literatura dirigida hacia el público infantil se ha convertido en una necesidad imprescindible.

En los últimos decenios se ha incrementado la edición de libros bien escritos, bien ilustrados y bien empastados. Ha aumentado el número de premios para sus creadores y se han fundado instituciones que velan exclusivamente por la promoción de la Literatura Infantil y Juvenil, cuya presencia en el XXI, como es natural, viene marcada por los avances de la tecnología y las nuevas tendencias políticas, sociales y económicas que, en alguna medida, determinarán el futuro curso de la literatura destinada a los pequeños lectores.

Todo esto se complementa con la creación, en algunos países más que en otros, de instituciones y academias que fomentan la expansión de esta literatura específica, premiando a sus mejores exponentes, con el objetivo de sentar el precedente de que los niños, como los adultos, tienen derecho a una literatura pensada y escrita exclusivamente para ellos. Ahí tenemos a instituciones como la IBBY (International Board on Books for Young People o, su equivalente en español, Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil), que, desde su fundación en Zúrich en 1953, es una organización mundial de asociaciones y personas interesadas en fomentar la lectura entre los niños y jóvenes.

No es menos importante el premio Hans Christian Andersen, considerado el "pequeño Premio Nobel", que desde 1956 concede en Dinamarca un galardón a los autores/as e ilustradores/as que contribuyen al desarrollo de la Literatura Infantil. Otra de las instituciones de prestigio internacional es el Memorial Astrid Lindgren (Astrid Lindgren Memorial Award), que, desde el 2003, otorga en Suecia un premio a los mejores autores, ilustradores y promotores de la lectura de cualquier país del mundo.

Todo estos antecedentes, debidamente estudiados y registrados, permiten aseverar que la Literatura Infantil del siglo XXI será uno de los sectores más prósperos de la cultural de las naciones que asuman con seriedad y responsabilidad la Convención sobre los Derechos del Niño, porque uno de esos derechos irrenunciables es el acceso que todos los niños deben tener a una literatura que estimule su fantasía y contribuya a forjar su personalidad, sobre todo, si se parte del principio de que los niños tienen derecho al juego, pero también derecho a conocer y disfrutar de nuestra cultura; un objetivo que, en virtud de su alto valor humanista, involucra tanto a los gobiernos como a los ciudadanos preocupados por el presente y el futuro de nuestra cultura, donde el libro no sea más un privilegio reservado sólo para las clases privilegiadas, sino un instrumento indispensable para la formación e información de los niños, quienes son y serán los artífices de una sociedad más libre y democrática.  

La Literatura Infantil, por su propia naturaleza, es la expresión más auténtica del ingenio de la persona, cuya inventiva no conoce límites a la hora de plantearse la transformación de una realidad determinada, ya que la fantasía, contrariamente a lo que se imaginan los escépticos, es una de las facultades potenciales de la condición humana, una facultad que nos permite revolucionar el entorno que no nos satisface por otro que esté más acorde con nuestras necesidades físicas y psicológicas, materiales y espirituales. Por eso mismo, cada vez es más indispensable la creación de obras literarias destinadas a los pequeños lectores, que tanto esperan de la magia y la capacidad de fabulación de sus escritores e ilustradores.

En Bolivia, gracias al impulso de los Comités de Literatura Infantil, la IBBY y la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, se van dando varios avances en el ámbito de los derechos que tienen los niños y las niñas. La prueba está en que la Cámara Departamental del Libro de La Paz, bajo el lema: “Hojea, lee… el libro no muerde”,  organizó la Primera Feria del Libro Infantil y Juvenil, en el salón de eventos “Kids Club” (c. 17 de Calacoto) y cerca del Hotel Los Delfines, donde se llevaron a cabo, entre el 7 y el 15 de abril de 2012, diversas actividades destinadas a los infantes y se instaron stands correspondientes a librerías, editoriales y distribuidores de libros, con ofertas dedicas a la literatura infantil. Aunque este evento debería de haber sido una iniciativa y obligación de las instituciones culturales del Estado, contó esta vez con el patrocinio de entidades privadas que, en cumplimiento de su labor altruista,  quisieron coadyuvar a la promoción de la producción literaria en el país y fomentar el hábito de la lectura en las nuevas generaciones. De todos modos, esperemos que esta primera versión de la Feria sirva para despertar el interés de las instituciones pertinentes del Estado, cuya política de responsabilidad social es velar, entre otras cosas, por la promoción de la educación y la cultura, partiendo del principio de que los niños tienen derechos ciudadanos, y que uno de esos derechos es el de contar con una literatura que estimule su fantasía y creatividad. 
 
Otra de las novedades de este año fue el hecho de que el Ministerio de Culturas, respaldado por el sello Alfaguara de la editorial Santillana, institucionalizó el Premio Nacional de Literatura Infantil 2012, en conmemoración al Día de la Niña y el Niño Bolivianos, con el propósito de impulsar la producción de obras infantiles de ficción y reconocer el trabajo de los autores que dedican su tiempo y su energía a la creación de libros destinados a los pequeños lectores. Esperemos, asimismo, que este certamen no desmaye en medio camino y se convierta en un punto de referencia para los lectores y escritores de literatura infantil, pero de esa literatura que contenga una calidad tanto ética como estética.
 
Por último, a quienes nos dedicamos, de una manera directa o indirecta, a la educación y la literatura, sólo nos queda felicitarnos porque algo se va moviendo en el país, con miras a conquistar uno de los derechos elementales de los niños vinculado a la producción y promoción de libros infantiles.

Autor: Víctor Montoya

Fecha: 30 Abril, 2012