UNA COLECCIÓN DE LIBROS INFANTILES ANTIGUOS

Una colección de libros infantiles antiguos
Manuel Peña Muñoz
Escritor e investigador chileno de literatura infantil

 

   Mi interés en los libros infantiles antiguos surgió en España el año 1977 cuando estudiaba con la escritora Carmen Bravo-Villasante en el Curso de "Formación de Expertos en Literatura Infantil y Juvenil Iberoamericana y Extranjera" que dictaba en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en la avenida Séneca. Este curso fue un verdadero semillero de estudiosos de la literatura infantil de toda América Latina. Hoy, cuando ya han transcurrido más de 30 años, pienso que para mi fue un verdadero camino hacia un mundo que desconocía por completo. Junto con iniciarme en el estudio de esta especialidad, empecé a descubrir los libros infantiles antiguos tanto en el curso como en la misma casa de la escritora en la calle Arrieta de Madrid. Era un piso de muchos balcones lleno de libros antiguos y modernos porque era una gran coleccionista de libros bellos, ya que los amaba tanto por su contenido como por su aspecto estético. Valoraba sus tapas, sus lomos, su encuadernación y desde luego sus ilustraciones. Inmediatamente observó que mi interés era genuino, de modo que me encomendó una difícil misión: elaborar un Catálogo de Libros Infantiles Antiguos para una exposición itinerante de libros infantiles raros y curiosos que iba a recorrer distintos países europeos. (Fig. El club de las cigarras de Hernán del Solar, 1946-Chile)

Como yo vivía en Madrid en ese entonces, me entregaba todas las semanas una gran maleta con libros infantiles valiosísimos desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XX. Eran libros preciosos, tanto españoles como europeos que yo tenía que fichar, catalogar y describir. Recuerdo ese trabajo como uno de los más interesantes en mi vida profesional pues por mis manos pasaron cientos de libros infantiles maravillosos, principalmente de las editoriales españolas Calleja, Araluce, Molino y muchas otras. Estos libros incentivaron en mí, el deseo de coleccionar yo también otros semejantes pues a través de ellos podía descubrir cómo había sido el niño de cada época, cómo eran sus gustos, sus juguetes y sus intereses.

Fue así que cuando regresé de España comencé a recopilar en Chile todos los libros infantiles antiguos que pude encontrar tanto en librerías de ocasión como en casas particulares. Me dí cuenta que no había un interés en esos libros viejos, de modo que pude encontrar verdaderos tesoros como colecciones de la revista El Peneca que circuló en toda Latinoamérica entre 1908 y 1960. Las más interesantes, desde el punto de vista artístico, tenían ilustraciones de Coré, Mario Silva Ossa. También encontré libros de la editorial Rapa Nui que circuló en Chile entre 1946 y 1950 con maravillosas portadas de Alfredo Adduard y Roser Bru. Eran libros de tapas duras, muy bellos, con la impronta de las ediciones catalanas porque junto al gestor de la colección, el escritor Hernán del Solar, estaba su socio, el escritor catalán Francesc Trabal que sabía de buenas ediciones. (Fig. Revista El Peneca, Chile 1949)

En esta colección apareció la primera edición de Papelucho de la escritora chilena Marcela Paz y Cocorí del escritor costarricense Joaquín Gutiérrez, avecindado en Chile en esos años. Ambos libros, editados por primera vez en esta casa editorial el año 1947, son hoy día clásicos de la literatura infantil latinoamericana. (fig. 1a Edición de Papelucho de Marcela Paz, Chile 1947)

Estos libros que habían dejado de editarse hacía 30 años, todavía podían encontrarse en ciertas librerías y ferias de antigüedades, arrumbados bajo un montón de libros polvorientos. Solo había que tener ese “ojo” del experto que se me afinó al trabajar junto a Carmen Bravo-Villasante. Hasta ahora, me basta entrar en una librería de libros viejos para hallar, tras pocos minutos, un libro que me estaba aguardando desde hace siglos. Por eso fue una suerte haber podido encontrar en esos anaqueles los libros de Hernán del Solar y tantos otros libros del pasado. Su estudio y análisis me permitieron escribir una Historia de la Literatura Infantil Chilena el año 1982, que actualmente acaba de ser reeditada en una versión revisada y ampliada el año 2009 en la editorial Andrés Bello.

El entusiasmo fue tal que seguí la colección con otros ejemplares únicos de países latinoamericanos que fui conociendo al cabo de los años, en visitas profesionales para dar conferencias. En Buenos Aires conocí al coleccionista Pablo Medina que me llevó a su librería en la que atesoraba miles de libros infantiles. Aquello era un verdadero bazar de la fortuna, una cueva de Alí Babá, donde podían encontrarse todos los libros infantiles antiguos que uno pudiese imaginar. Aquello me sobrepasaba. Estuve una tarde entera revisando unos ejemplares bellísimos. Le compré algunos maravillosos, especialmente de Constancio C. Vigil como El mono relojero que había leído de niño y que me devolvía a la infancia. También ejemplares de la revista Billiken.

Los sucesivos viajes me permitieron adquirir libros únicos que me sirvieron para escribir una Historia de la Literatura Infantil en América Latina que publicó la Fundación SM de Madrid el año 2009 y que fue presentada en el marco del Primer Congreso Iberoamericano de la Lengua y la Literatura Infantil que se desarrolló en febrero del 2010 en Santiago de Chile.

El estudio de los libros infantiles del pasado nos permite descubrir los temas que han sido más relevantes en cada época. Así observamos que en el siglo XIX, los libros infantiles latinoamericanos tienen de común denominador un marcado sesgo patriótico, lo que se explica en el contexto de formación de las repúblicas independientes. Muy interesante también es observar su carácter religioso y su rasgo sexista. Los libros para niños enfatizan el modelo militar con niños que quieren ser soldados, mientras los libros para niñas enfatizan el estereotipo de la niña que desea ser ama de casa. Así, en el libro Páginas infantiles de Blanca Ossa de Godoy, publicado en Valparaíso en 1918, leemos: “Luisita tejía unos mitones de seda negra que eran todo un primor y que iban a ser muy celebrados. Marta ponía toda la agilidad de sus dedos en una bolsita tejida y adornada con un ancho galón de mostacillas negras. Los niños hombres, por su lado, también preparaban sus regalos. Ya había concluido Rafael una Mater Dolorosa hecha a pluma que le había quedado muy linda, tomando en cuenta los pocos años del autor. Fernando tallaba un marco de nogal para que doña Rosario colocara en él, el retrato de su madre”. (Fig.Les Bons Enfants de la Condesa de Segur de mediados del siglo XIX)

El párrafo nos ilustra una escena infantil de comienzos de siglo XX, de modo que a través del libro, nos asomamos al pasado y descubrimos cómo era la infancia, tan distinta a la actual. Cada libro puede ser analizado desde una perspectiva sociocultural porque en cada uno se refleja su época. Otro rasgo interesante es el lenguaje y estilo.
   
De todos los libros infantiles antiguos que han pasado por mis manos, los que más me han impresionado, son los que ví en la Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich, Baviera, Alemania. Allí, en el castillo de Blutenburg, existe la mayor colección de libros infantiles, tanto antiguos como modernos, que pueden ser analizados por los especialistas para descubrir en ellos las distintas tendencias a lo largo de la historia. En ese castillo realicé una pasantía de tres meses que me permitió vivir en una de las alas donde en otro tiempo vivió la bailarina Lola Montes.

En la actualidad las mazmorras de ese pabellón de caza están convertidas en salas climatizadas donde se atesoran los ejemplares más antiguos de todo el mundo. Había que pedir hora para que una bibliotecaria me acompañara al sótano con la llave mágica que abría la recámara donde estaban los libros preciados del siglo XVII al XIX, muy bellos y con hermosas ilustraciones. Eran libros victorianos con imágenes que daban cuenta de peinados y vestuario de la niñez de cada época. Muchas tardes pasé allí examinando aquellos tesoros que me incentivaron para continuar con mi coleccionismo compulsivo.
   
El año pasado, en noviembre del 2010, realizamos en el Centro Cultural de España un Seminario y  un Festival de Literatura Infantil. Fue la ocasión para exhibir dos vitrinas con una selección de algunas de estas joyas de bibliófilo coleccionista. Allí estaban algunos libros troquelados, el Struwwelpeter de Heinrich Hoffmann, la revista Aladino, silabarios y algunos juguetes como cascanueces y muñecas de loza. El público quedó fascinado y no solo los adultos que visitaron la muestra, sino también los niños. (fig. Una de las vitrinas de la exposición)
   
Para este año 2011 tengo proyectada una exposición de libros de la editorial Rapa Nui junto con sus ilustraciones originales de Elena Poirier y de otros ilustradores chilenos de los años 40, porque tuve la suerte de que llegara a mis manos una caja repleta de ilustraciones originales que pertenecieron a esta editorial. Soy un convencido de que cuando uno empieza una colección de esta naturaleza, los libros infantiles llegan solos a nuestras manos. La exposición la realizaremos en la Biblioteca Nacional de Santiago de modo que en la actualidad me encuentro seleccionando y clasificando este material para compartirlo con los interesados. Ojalá que estas líneas motiven a otros para rastrear estas reliquias que todavía están ahí para cautivarnos por su belleza.

Autor: Manuel Peña Muñoz

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