A PROPÓSITO DE LA LITERATURA INFANTIL ECUATORIANA. " CUENTOS PARA SOÑAR UN PAÍS "

Escritor ecuatoriano, autor y antólogo de literatura infantil 

Multicolor pero, al mismo tiempo, extraño; polisémico y, en esa misma medida, misterioso; deslumbrante y, tras la luz enceguecedora, el ovillo de una complejidad que a ratos aturde hasta el espanto, nuestro país es, ha sido siempre, muchos países en uno. Hay quienes echan mano de una visión sociológica para hablarnos de nuestras pobrezas y profundas diferencias sociales, y tienen razón: somos un país con demasiadas carencias e inequidades; hay quienes, por el contrario, sólo desean mirar las enormes riquezas paisajísticas, ecológicas y culturales del Ecuador, y también tienen razón: somos un país enormemente rico en más de un sentido. Hay, sin embargo, entre otros tantos discursos antropológicos, etáreos y políticos, un país que sólo puede ser redescubierto, redefinido y reimaginado mediante la magia de la literatura. 
 â€¨José de la Cuadra, Ángel Felicísimo Rojas, Demetrio Aguilera Malta, Jorge Icaza, Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diezcanseco, Adalberto Ortiz y Nelson Estupiñán Bass, entre otros, nos enseñaron que el indio, el negro, el montubio, el obrero, el hombre anónimo de la calle no eran una entelequia ni un discurso barroco ni personajes de novela francesa, al estilo de Égloga Trágica o Cumandá, sino seres de una humanidad desbordada, compleja, intensa, fogosa... nuestra. Las generaciones que crecimos al calor de sus libros, empezamos a juntar los retazos del país que hasta entonces se desconocía o, se conocía demasiado poco, oculta como estaba nuestra patria detrás de las cacofonías y los lugares comunes de la política y el periodismo de salón. A partir de entonces, nunca más fuimos los mismos: el Ecuador se nos agolpó de pronto en el corazón y vimos, escuchamos, sentimos flotar las cruces sobre el río Guayas, desgarrarse en vida al Cojo Navarrete, hundirse en la noche de una guerra injusta la bravura de Juyungo, llorar a lágrima viva a la Cunshi, crepitar la rebelión de Concha junto a los guayacanes florecidos, poblarse de rostros desorbitados el éxodo de un pueblo de nombre Yangana, lúcido anuncio del otro, del éxodo migratorio que hemos vivido, como un lento desangre, en los últimos años... mas sucedió que, con el paso del tiempo, la literatura ecuatoriana, como la del resto del continente, se volvió más y más urbana, llena de personajes desgarrados por la soledad, asfixiados por su propia sombra, perseguidos por fantasmas cotidianos. Por supuesto, de ella hay muchos autores y títulos que rescatar pues son también grandes representantes de nuestra tradición literaria; sin embargo, los autores que a partir de los años 70 decidieron que su literatura sería tan urbana como el concreto, no volvieron nunca más los ojos al campo y aquellos textos que hablaban de selvas intrincadas, sabanas, páramos, hondonadas, cañaverales y de una serie de personajes -entre épicos y trágicos- que sobrevivían más allá de las fronteras de las grandes ciudades, se volvieron cada vez más exiguos, abandonados en manos de los estudios antropológicos, los datos estadísticos y los informes de las ONGs que, por muy importantes que sean, no tienen la magia de la poesía narrativa, única capaz de atrapar el símbolo en pleno vuelo, de recrear la maravilla con pasión y frescura al mismo tiempo.  â€¨ â€¨Y fue así que, mientras todos miraban hacia otro lado, la literatura infantil, sin alardes ni poses, se fue metiendo ahí donde la literatura para adultos no había querido incursionar, acaso por temor a que se les colgara el cartelito de inconsecuentes o de retardatarios o de anticuados. De esta manera, en el seno de la literatura infantil cupo, a las mil maravillas, la ciencia ficción al lado de la fantasía más desbocada, la narrativa de terror junto a los juegos de humor, la novelas de amor frente a un puñado de símbolos y arquetipos profundos disfrazados de personajes y situaciones. En medio de la fanfarria, de esta alegría de crear sin fronteras ni prevenciones, la literatura infantil se ha sentido libre de recrear con diversos estilos y desde puntos de vista diferentes, esos mundos dejados en el olvido por la “literatura para adultos”, se ha metido a recrear los otros ecuadores, aquellos que, pese a nuestra visión cada vez más urbana y occidentalizada, co-existen con nosotros y, son, en más de un sentido, la esencia misma de lo que somos. Ahí están, para quienes se interesen, los libros de Edna Iturralde, Leonor Bravo o Ana Catalina Burbano, por ejemplo; y ahí están las leyendas, mitos y cuentos populares del Ecuador que más de uno ha recreado en los últimos años. Gracias a ellos, a estos libros que se leen con más y más avidez en escuelas y colegios, aparecen otra vez en nuestra literatura los montubios, los indios, los negros, los campesinos, los conglomerados humanos desparramándose por las selvas y los páramos, por las silenciosas ensenadas y los montes perdidos; otra vez palpamos el presente engendrado por un pasado que no ha muerto y sigue vivo en cada uno de nosotros; otra vez la visión del otro y de lo otro, no desde la antropología ni la sociología, sino desde personajes que parecen emerger de las páginas con su enorme humanidad a cuestas; otra vez esa sensación de que la realidad se funde y se confunde con la leyenda y el mito, como nos sucedía al leer Don Goyo, de Demetrio Aguilera Malta, aquella novela en la que se inspiró García Márquez en sus años mozos para crear lo que luego se conocería como ”Realismo Mágico”. 


Es entonces, en este contexto en el cual debemos entender la aparición de este libro colectivo que se lanza esta noche: “Cuentos para soñar un país”. La feliz unión de Girándula, la organización que agrupa a los escritores e ilustradores de literatura infantil y juvenil del Ecuador, y de Unicef, institución que siempre ha trabajado para atenuar los enormes problemas que afronta la niñez en nuestros países, da sus primeros frutos esta noche. Con este libro aparecen algunos de los más reconocidos escritores del país, no sólo de literatura infantil, sino de literatura sin más: Jorge Dávila Vásquez, Elsa María Crespo, Liset Lantigua, Edna Iturralde, Catalina Sojos, Leonor Bravo, Ana Carlota González, Soledad Córdoba y quien les habla. En estas páginas un niño aprende, de la mano de su abuelo, a reconocer la inmensidad del amor, y en esa misma medida, la inmensidad del mar cuando viaja en el ferro del Chota a Esmeraldas siguiendo una línea que se parece a la sangre y otro tanto a la leyenda. Más allá tenemos a un niño de la provincia del Guayas, hijo y nieto de cazadores de lagartos que, de manera inesperada y conmovedora, se reencuentra con su padre luego de una larga ausencia. Luego seguimos los pasos de una niña llamada Acaiqui cuando se encuentra con el agua sagrada y, en un acto simbólico e iniciático, le rinde homenaje. Más tarde aparece Delia, otra niña indígena de la provincia de Imbabura, luchando entre la ilusión de una camisa nueva y el miedo al Huacaysiqui que no es guagua sino demonio de los montes. De inmediato nos encontramos con dos niños salasacas huyendo de la erupción de la Mama Tungurahua y, al mismo tiempo, redescubriendo la vida en lo más profundo de una cueva. Luego llega Duma, un niño del antiguo pueblo cañari para, de forma mágica, enseñarle a un niño de la Provincia del Cañar del hoy, la importancia del pasado y las tradiciones. Casi de inmediato aparecen los gagones, perros enormes y demoníacos, en los relatos de la tía Rosita, mientras afuera brama el carnaval azuayo. Luego una historia sagrada de los zápara inunda de color las páginas del libro para explicarnos algunos detalles interesantes del comienzo de los tiempos. A continuación un niño shuar aprende, a través de una historia llena de mito y magia, la importancia de preservar el ecosistema de la depredación de las compañías madereras y petroleras. El libro se cierra cuando un niño shuar se interna en lo más profundo de la selva amazónica y aprende el significado exacto de la palabra guerrero y la importancia de Arútam, el espíritu magnánimo de su pueblo, en la forma de un tigre americano. 
 â€¨Este libro es, como lo dice su nombre, un conjunto de cuentos para soñar un país: las provincias de Orellana, Imbabura, Pastaza, Tungurahua, Esmeraldas, Cañar, Azuay, Morona Santiago, aparecen de forma fragmentada a través de las vivencias de sus protagonistas y, pese a sus respectivos dramas, iluminados, pues en cada uno de estos textos, se nota el amor con que fueron escritos. No se puede pedir más a un libro, y, sin embargo, aún hay más: un elemento que ha cambiado de manera radical nuestra forma de entender la literatura infantil, un factor que no existía hasta hace pocos años y que ahora es uno de nuestros orgullos: la ilustración. En ”Cuentos para soñar un país” aparece, en todo su esplendor, el talento de una nueva generación de artistas que no son dibujantes ni decoradores de cuentos, sino ilustradores, esto es, intérpretes y acompañantes del texto, con vuelo y creatividad propios, haciendo una historia, al mismo tiempo complementaria y diferente al lado de la historia original. Se trata de Eulalia Cornejo, Marco Chamorro, Camila Fernández de Córdoba, Pablo Lara, Tito Martínez, Santiago Parreño, Pablo Pincay, Bladimir Trejo y Roger Icaza, a quienes quiero rendir en esta ocasión un homenaje especial. 


En la literatura infantil, como se puede apreciar, están sucediendo muchas cosas interesantes, y no sólo se trata de la calidad de los textos y las ilustraciones: según las últimas estadísticas, en el Ecuador se vende más de 500.000 libros de este género al año. Si cada libro es leído por un mínimo de dos personas, podemos suponer que al menos un millón de niños y jóvenes, de entre 5 y 16 años, están siendo educados bajo la estética de la literatura que estamos creando día tras día. Se trata, entonces, de un fenómeno que no tiene antecedentes ni parangón en ningún otro ámbito de la cultura ecuatoriana y, lo que es más sorprendente, con una sostenida tendencia a crecer. Sin embargo, aunque parezca mentira, hasta ahora no ha habido un solo gesto del Estado para aprovechar esta marea. 
 â€¨Mientras soplan nuevos vientos, seguimos creando en estrecha alianza con las editoriales, los centros educativos y las librerías, y una nueva evidencia de ello se encuentra aquí: estoy seguro de que “Cuentos para soñar un país” será, como en su momento lo fue ”Viaje por el País del Sol”, de Leonor Bravo y un puñado de ilustradores, un referente fundamental tanto en el desarrollo de la lectura de niños y adultos como en el conocimiento del país, sus personajes anónimos y sus recreadores. Y ya que estamos hablando de Leonor, en este libro aparece como escritora, ilustradora y editora: así es ella cuando se hace cargo de un sueño como esta obra y este congreso y la maratón del cuento y cuanto desafío se le ponga por delante. 
 â€¨Finalmente, quiero decir que la tradición, iniciada en los años treinta, de recuperar el país para el presente y el futuro sigue, la patria no es de todos aún, pero tiene que ser, tiene que llegar a ser de todos, y para eso luchamos desde nuestras trincheras. En buena hora.

Autor: Edgar Allan García

Fecha: 29 Febrero, 2012