Su vida
Alberto Guerra Gutiérrez nació en Oruro en 1930 y falleció en la misma ciudad en 2006. Era poeta, investigador cultural y profesor. Trabajó de joven en el interior de la mina; vivencias que supo traducirlas en una poesía sentida y explosiva. Fundó y dirigió la revista literaria "El Duende", que actualmente se edita como suplemento del diario La Patria. Formó parte de la segunda generación del grupo literario “Gesta Bárbara”. Ejerció como profesor en varios distritos mineros, coordinó proyectos culturales en la Universidad Técnica de Oruro-UTO y en la Alcaldía Municipal. Fue miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Asociación Latinoamericana del Folklore.
Alberto Guerra Gutiérrez, como pocos de los escritores de su generación, fue un incansable animador de las manifestaciones folklóricas en su ciudad natal y un reconocido mentor de los poetas más jóvenes, a quienes los reunía en encuentros literarios y los encaminaba por los senderos de la poesía. Era una persona de trato amable y hablaba siempre con la sinceridad entre las manos. No en vano nos dice en los versos de uno de sus poemas: “Mi casa tiene ojos claros/ como el alba/ y una rosa enamorada/ atisbando por rendijas/ de su puerta que es mi propio corazón,/ hecho de maderas dulces y de esperanza". Así era Alberto Guerra Gutiérrez, un poeta que tenía las puertas abiertas de su corazón, dispuesta a dejar pasar a cualquiera que quisiera acercarse a la sensibilidad más honda de este gran tejedor de pasiones, sueños y palabras.
A varios años de su muerte, la ciudad de Oruro y su Carnaval, Patrimonio Intangible de la Humanidad, lloran todavía por la partida de este escritor con alma de niño, que supo ganarse el apreció de sus coterráneos con la humildad y la honestidad que lo caracterizaban. Actualmente, una plaza y una biblioteca llevan su nombre, y esperemos que sean más las instituciones educativas y públicas que estampen el nombre de Alberto Guerra Gutiérrez, como un justo homenaje a una personalidad que, con los versos y la historia de su corazón, lo dio todo por su terruño hecho de mitos, leyendas, folklore y sufrimientos.
Su obra
Poesía: Gotas de Luna (1955); Siete poemas de sangre o la historia de mi corazón (1964); De la muerte nace el hombre (coautor, 1969); Baladas de los niños mineros (1970); Yo y la libertad en exilio (1970); Antología de la poesía del amor (1971); Tiras de poesía Lilial (1978); La tristeza y el vino (1979); Manuel Fernández y el itinerario de la muerte (1982); Hálito que se descarga en pos de la belleza (1989); Égloga elemental y una revelación de íntimo recogimiento (2000); Obra poética (2003). Investigación: Antología del Carnaval de Oruro (3 v., 1970); Guía del investigador de campo en folklore (1970); La picardía en el cancionero popular (1972); Estampas de la tradición de una ciudad (1974); El Tío de la mina (1977); El Carnaval de Oruro a su alcance (1987); Pachamama (1988); Chipaya, un enigmático grupo humano (1990); Folklore boliviano (1990). Antología: Antología de la poesía del amor (1971); La poesía en Oruro (coautor con Edwin Guzmán, 2004). Su obra inédita está siendo cuidadosamente recopilada por su esposa Celia Cuevas de Guerra.
Alberto Guerra Gutiérrez, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura infantil boliviana, era un niño grande en toda la extensión de la palabra y un poeta que sabía compartir las tristezas de los niños desamparados y las alegrías de quienes gozaban de protección y cariño. En su afán por revelarnos el lado más humano y sensible de su personalidad, elaboró la antología “El mundo del niño”, junto al escritor Hugo Molina Viaña. No conforme con esto, escribió el poemario “Baladas de los niños mineros”, un maravilloso libro dedicado al niño trabajador, a ese niño que, en lugar de asistir a la escuela, jugar y gozar de su infancia, se ve obligado a trabajar en los tenebrosos socavones de la mina. Por todo esto, la poesía infantil de Alberto Guerra Gutiérrez es un grito de protesta, pero también un grito de esperanza.
Su poesía
Balada de los niños mineros
Duérmete mi niño
pequeño minerito,
duérmete y no llores
que el "Tío" se enoja
cuando pides pan.
Cierra ya los ojos
negros de aceituna,
cierra ya tus labios
brasa de carbón.
Duérmete mi niño
pequeño minerito,
duérmete esta noche
y mañana tendrás
tibio y retostado
como luna llena,
un pan para ti.
Trompo de metal
No acaba de ser niño
y ya tiene que trabajar.
En vano ha envuelto
su trompo
con el cordel
de la ilusión…
Hoy ha entrado a la mina
donde baila “roncador”
entre las vetas de estaño
un gran trompo de metal.
La perforadora cruje,
gime hondo
el barreno aullador
y en sus ojos se rompen
líquidos los cristales
del dolor.
Autor: Víctor Montoya
Fecha: 30 Noviembre, 2012