EL REALISMO SOCIAL EN LA LITERATURA INFANTIL


La literatura del “realismo social” para niños se inició a fines de los años ‘60 y comienzos de los ‘70. Eran libros que tenían una clara definición ideológica, y cuyos temas estaban articulados a los conflictos políticos internacionales, como la guerra de Vietnam, los movimientos de liberación en América Latina y la ingerencia del imperialismo en los países del llamado Tercer Mundo. Este tipo de literatura denunciaba sin disimulos la situación auténtica de las clases oprimidas, así como la insolidaridad y el enriquecimiento indebido de las clases dominantes, sin idealizarlas ni imponer las interpretaciones que no correspondieran a la realidad.

Los autores de la literatura del “realismo social” pretendían representar la naturaleza y los hechos cotidianos tal como eran, sujetos a la concepción filosófica del materialismo histórico, cuya teoría fundamental considera que la realidad, como toda materia, existe independientemente de la conciencia y el espíritu que la concibe, y que la idea -o idealismo- no es más que el reflejo de aquélla en el cerebro humano.

¿Qué hace que un libro infantil sea de tendencia socialista? ¿Y qué hace que un libro socialista sea bueno? Según los defensores de esta corriente: 1) Un libro socialista para niños implica mostrar de manera sencilla las contradicciones entre el trabajo y el capital. 2) Un buen libro socialista es cuando el tema tratado está en relación con el desarrollo idiomático e intelectual del niño.

Para los defensores del “realismo social”, todos los temas de la literatura infantil deben estar vinculados a la historia sociopolítica de un país determinado y a las relaciones económicas imperantes. Algunos escritores tienen -y tenían- gran interés en enseñar a los niños, por medio de la literatura, el funcionamiento de las estructuras sociales y las relaciones de producción, arguyendo que ninguna literatura es apolítica ni está al margen de la realidad sociocultural, puesto que toda la literatura, acéptese o no, tiene un efecto político, debido a que todo lo que se dice a través de la palabra escrita no es más que la transmisión de una experiencia determinada o el reflejo de la realidad social.

La literatura del “realismo social”, además de denunciar la situación concreta del hombre y describir la realidad de una manera “correcta” y “objetiva”, debe narrar los hechos cotidianos con un lenguaje claro y llano, para conseguir que el lector adquiera compromiso político y sea consciente de la opresión existente en la sociedad capitalista, sin crear una vaga ilusión ni tergiversar la realidad concebida por la percepción, puesto que la función de la literatura del “realismo social”, lejos de recrear la mente del lector, debe impulsar la transformación ideológica y la educación de los niños en el espíritu del socialismo.

Este tipo de literatura infantil, de otro lado, cumple la función de despertar el interés del niño por las relaciones y los conflictos sociales, en virtud de que los niños, como los adultos, tienen derecho a tener una información sobre las causas y los efectos de las relaciones de producción, partiendo de la base de que la personalidad del individuo -en el plano emocional, lingüístico, social y psicológico- está determinada por el contexto en el cual vive, ya que toda formación psicosocial es un proceso de interrelación entre el individuo y su medio. De ahí que en la sociedad capitalista, cuyo régimen político, social y económico descansa en la búsqueda sistemática del beneficio gracias a la explotación de los trabajadores por los propietarios de los medios de producción y cambio, los individuos no sólo son individuos, sino también miembros integrantes de una determinada clase social. Asimismo, la literatura del “realismo social” tiene la propiedad de ayudar al niño a comprender el mundo de manera real, explicándole los conflictos sociales y económicos propios del sistema capitalista.

La literatura infantil del “realismo social”, según la visión de los críticos, es incomprensible y contraproducente para los niños, puesto que éstos no entienden ni siquiera las connotaciones semánticas de las palabras: “capitalismo” y “socialismo”; es más, al querer hacer una literatura política se corre el riesgo de que el mensaje no llegue a los niños, debido a que su mundo cognoscitivo es incompatible con la conciencia ideológica y el razonamiento lógico de los adultos. Para que la literatura social o realista sea accesible para los niños, se requiere que éstos tengan, al menos, un desarrollo intelectual e idiomático que les permita abstraer el pensamiento y el lenguaje del autor (adulto); una destreza lingüística y un pensamiento lógico que el niño alcanza recién en el período de las operaciones formales, al menos según la psicología evolutiva de Jean Piaget.

De otro lado, casi toda la literatura de carácter realista, aparte de ser un medio de comunicación, que contribuye al proceso de desarrollo de las actividades del lenguaje como medio de expresión y comunicación, cumple una función didáctica y pedagógica, no sólo porque transmite conocimientos, normas y hábitos, sino también porque transmite una información realista sobre la sociedad en la que viven los niños. Sólo a través de los conocimientos sobre la realidad social se les puede entregar a los niños una información válida, instructiva e ilustrativa, como eso de hacerle comprender las reglas del tráfico o la importancia de la higiene personal.

La literatura infantil de tendencia socialista, de acuerdo a los postulados de sus impulsores, es tan valiosa como los cuentos tradicionales de hadas, príncipes, ogros, brujas y demás elementos fantásticos de la literatura tradicional. Éste es el caso de las canciones de cuna que, aun tratando temas banales y absurdos, tienen musicalidad en sus versos o textos.

La literatura del “realismo social”, a diferencia de la literatura fantástica, cumple una función informativa y pedagógica, sin que por esto se parezca a la letra muerta de los libros de texto, cuyo objetivo central no consiste en estimular la fantasía del niño, sino en desarrollar su capacidad cognoscitiva e intelectual a través de los conocimientos establecidos por los tecnócratas de la educación.

La literatura del “realismo social”, escrita de una manera didáctica, contribuye a que el niño aprenda a diferenciar entre el mundo real y el mundo fantástico de los cuentos de hadas, donde todos los conflictos tienen un desenlace feliz y donde todos los personajes, sujetos a una dicotomía maniquea y revestidos con atributos sobrenaturales, tienen una vida ficticia que no corresponde a la realidad. Por lo tanto, para los defensores de la literatura del “realismo social”, los cuentos de hadas, aparte de contravenir los preceptos científicos y servir como instrumentos de evasión de la realidad, no cumplen otra función que la de distraer y engañar a los niños, haciéndoles creer que la solución de los conflictos sociales depende de una varita mágica y no de los cambios socioeconómicos que se producen en las estructuras de la sociedad, donde tanto los conflictos como los individuos forman parte de una realidad compleja y contradictoria.
 
Este tema controvertido, como es natural, ha despertado una encendida polémica entre los investigadores de la literatura infanto-juvenil, aunque lo cierto es que los niños y jóvenes se alimentan tanto con las obras del “realismo social” como con las obras del “realismo fantástico”, cuyo arsenal, a diferencia de los libros de texto o didácticos, no cumple con la función explícita de enseñarles a diferenciar lo “bueno” de lo “malo” ni darles una lección sobre valores ético-morales específicos, sino la simple función de deleitarles con sus temas y personajes arrancados de las aventuras de la imaginación.


Autor: Víctor Montoya

Fecha: 29 Febrero, 2012