EL TERROR EN LA LITERATURA INFANTIL

Por qué los niños, los jóvenes y los adultos disfrutamos con el terror? ¿Qué  existe en la naturaleza humana que nos inclina a sentir placer ante lo que no es normal,  lo antinatural y lo perverso? ¿De dónde proviene el éxito de las películas y los libros que causan escalofríos, repugnancia y miedo? ¿Por qué nos asustamos con estas historias pese a que sabemos que los personajes y sus acciones son un mero producto de la ficción y la invención humana?


La respuesta puede encontrarse en el singular placer que sentimos las personas, cualquiera sea nuestra edad, de enfrentarnos a lo desconocido, lo peligroso e inexplicable para nuestra lógica.

Sentimos satisfacción en poner a prueba nuestra capacidad de resistencia a lo impredecible; conscientemente gustamos de llevar al límite nuestra capacidad de resistencia, y es que en el trasfondo de esta actitud, subyace el placer que siente nuestro organismo en secretar adrenalina, hormona de acción emitida por las glándulas adrenales en situaciones de peligro.

Respuestas orgánicas dignas de ser tratadas por un médico como el aumento de la tensión arterial, ritmo cardíaco y respiratorio, cuando son producidas por las historias de terror, lejos de preocuparnos, nos causan gozo.

Es que la emisión de adrenalina produce en las personas, una repentina lucidez, una distorsión temporal de la realidad, una sensación de alivio y catarsis que se traduce en contentamiento; sentimiento que ha sido aprovechado por el comercio, el arte y, sobre todo, la literatura.

Por otra parte, la vida cotidiana pocas veces nos ofrece la oportunidad de sentir emociones extremas; la educación inclusive, nos ha enseñado una serie de mecanismos para controlar este tipo de emociones y sus manifestaciones.
 
La expresión de las emociones fuertes como chillar, dar alaridos, emitir quejas en voz alta, gritar, enfurecerse, emitir improperios, emperrarse y hacer gestos inadecuados, resultan respuestas socialmente reprobadas.

La cultura, sin embargo,  se ha arreglado para ofrecernos espacios legítimos para que podamos desahogar estas  emociones sin sentir que estamos haciendo un atentando contra las buenas costumbres.

Los padres de familia y los maestros -sin necesidad de ningún tratado psicológico- conocemos cómo hacerlo: llevamos a nuestros pequeños y jóvenes a espacios de desahogo institucionalizado: parques de diversiones, deportes extremos, cine de terror, literatura de miedo, casas embrujadas, circos con extraños personajes, en donde pagamos para sentir y expresar estas emociones sin que nos llamen maleducados.
Intuimos que para lograr equilibrio emocional necesitamos que el Eros y el Thánatos (Eros nuestra tendencia constructiva y Thánatos, de autodestrucción) que llevamos dentro, se manifiesten en proporción adecuada.
 
Sabemos que Eros no existe sin Thánatos, de la misma manera como no se puede concebir la claridad sin las oscuridad; la vida sin muerte, la bondad sin maldad, la tranquilidad sin el miedo; por eso la literatura de terror resulta fascinante,  porque nos pone frente a las pulsiones de vida y de muerte que se debaten en nuestro interior.

Estas razones fundamentan el hecho de que los niños, los jóvenes y los adultos sintamos tanta  atracción por ver, escuchar y leer  cuentos de terror.

Ninguno de nosotros podrá olvidar la fascinación de las historias narradas en la sobremesa de las cenas familiares sobre el duende, María Angula, el descabezado de Riobamba, la Tunda, la Dama Tapada o las ánimas benditas del Purgatorio.

Al recordarlas aún nos lagrimean los ojos y levantamos las piernas, no vaya a ser que algún fantasma n
os quite los zapatos. Sentir terror entonces es placentero; leer cuentos de miedo nos causa una delectación sin parangón.

Por eso recomendamos como lectura para adolescentes: Cuentos ecuatorianos de aparecidos de Mario Conde; Sin aliento y otros relatos de ultratumba de Henry Bäx; Danza de fantasmas de Jorge Dávila Vázquez; Siete habitaciones oscuras de autores varios; Vampyr de Carolina Adújar; La guardia de media noche de Sarah Jane Stratford y Los espantosos espantos espantados de Mario Conde.
Para los más pequeños historias que humanizan a vampiros y espantos como: El Vampiro Vladimiro de Edgar Allán García y Los espantosos, espantos espantados de Mario Conde.

 

Autor: María Eugenia Lasso

Fecha: 30 Marzo, 2012