La Edad de Oro, es conocida como un libro medular de la LIJ cubana e 
hispanoamericana por su trascendencia, contemporaneidad y valores éticos y
estéticos que lo han convertido en un clásico de nuestra lengua. Apareció
originalmente en forma de revista mensual, desde julio hasta octubre de
1889, escrito y editado por José Martí desde New York, donde vivía como
exiliado político, y por supuesto como una publicación periódica dedicada a
todos los niños y niñas de habla hispana del continente. A este proyecto su
autor le aportó una perspectiva de futuro tan lúcida, anticipada y precisa
que sus bases han permanecido vigentes para cualquier creador que quiera
aventurarse por esta especialidad, ya que las mismas no han sido superadas:
narrativa tradicional y propia, poesía, lecciones de historia universal,
conocimiento de autores del mundo de la antigüedad, descubrimientos,
folklore, y avances de la cultura, la tecnología y la ciencia; en fin, una
mini enciclopedia cultural de la época, que continúa siendo un tesoro para
el lector contemporáneo. Desde el prólogo de su primer número expresó: "Los 
niños son los que saben querer, los niños son la esperanza del mundo"(1) y a 
ellos dirigió desde su intelecto y su corazón la miel de su esperanza. Esta
revista muere prematuramente después del cuarto número, Por su propia y
justa decisión, aunque lamentable para su público lector de entonces y
ahora. Nos consta en el epistolario martiano que la desaparición fue muy a
pesar suyo, porque no quería que su revista muriese, pues "nadie debe
morirse mientras pueda servir para algo."(2). 
En carta a su entrañable amigo mexicano Manuel Mercado, en noviembre del
mismo año, Martí explica las razones, que no fueron otras que el choque con
las ideas e intereses del portugués Da Costa Gómez, que la financiaba. Como
 mecenas se proponía que en la revista se hablase del "temor de Dios"(3) y 
que éste estuviese presente en todos los artículos, historias, cuentos y
mensajes de la publicación. Esta actitud implicaba una tendenciosidad
religiosa de estrechos principios que contradecía la mentalidad libre
pensadora, y abierta de Martí. Fue una imposición inaceptable para él. De
modo que no vio otra alternativa que renunciar a ese sueño expresando con
dolor e irritación: "¿Qué se ha de fundar así, en tierras tan trabajadas por
la intransigencia religiosa como las nuestras?"(4) Era inevitable que 
abandonara ese proyecto forjador antes que claudicar de los altos principios 
enunciados desde su primer número. Martí, como libre pensador que fue
siempre, era renuente a estimular en la infancia el fanatismo manipulador
hacia los dioses y las religiones. Máxime cuando desde estas páginas él
había decretado más que expresado "no decirles a los niños más que la verdad
parea que no les salga a vida equivocada."(5). 
La Edad de Oro inaugura una nueva fantasía que es como una nueva magia del
mundo moderno, la que posibilita el desarrollo cultural y científico, a
finales decimonónicos; y con ella muestra todo aquello que surge del
progreso creado por el propio hombre al enfrentar el entorno en que vive. Es
por ello que presenta muy de cerca toda su realidad presente, incluso la que
se fabrica en los "talleres, donde suceden cosas más raras e interesantes
que en los cuentos de magia y son magia de verdad, más linda que la
otra"(6),
además de mostrar a los hombres y mujeres creadores de toda la riqueza
material y espiritual de su tiempo. No es por casualidad, que nos introduce
con indiscutible acierto un verdadero código moral y estético de plena
vigencia en tiempos como éstos en que América Latina -"Nuestra América",
frase que él acuñó-lucha por salir de todas las taras del subdesarrollo y se
plantea la necesaria descolonización cultural y la búsqueda de un lenguaje
propio y, finalmente, de la realización de un hombre nuevo. Nadie había
hablado antes que él de ese modo a los niños y niñas de Latinoamérica, nadie
dio un más alto ejemplo antes ni después que el suyo desde las incomparables
páginas de La Edad de Oro.
 A los escritores para la infancia -ha comentado nuestra extraordinaria
poetisa, ensayista e investigadora de la obra martiana, Fina García Marruz-
en un formidable ensayo (7) sobre este clásico. A los escritores para niños
les suele ocurrir lo mismo que a Alicia, el personaje de Lewis Carroll, que
cuando intentaba entrar en el "País de las Maravillas, entonces crecía
excesivamente y se volvía demasiado grande, o al contrario se ponía
demasiado pequeña. Finalmente al desesperarse y en medio de su impotencia
concluye por llorar copiosamente, y es precisamente nadando en la catarsis
de sus propias lágrimas, que logra entrar en el país maravilloso. La cito
por lo acertadísimo de su imagen al expresar el curioso problema de la
creación literaria en el universo de la infancia. Los escritores de la LIJ
habitualmente adoptan un estilo grandilocuente, magisterial y pretencioso o,
al contrario elaboran textos pueriles, sonsos e inauténticos, que suelen
aburrir a sus destinatarios. Todo parece indicar que la fórmula ideal
adecuada es la de conjugar respeto, verdad, ternura, fantasía, y poesía,
cualidades no siempre fáciles de integrar, y que generalmente algunos
artistas la logran cuando están de vuelta de muchas búsquedas, después de
transitar por las brasas del llanto, el sufrimiento y las más disímiles
experiencias existenciales, como Martí, y regresan de ellas "con la gota de
candor que hay en los ojos después de las lágrimas" para decirlo con un
verso de Paul Eluard. Tal pareciera que sólo cuando se ha sido capaz de
vivir al rojo vivo con una gran dosis de amor incondicional, y mantener
intacto el diálogo con el niño interior es posible concebir obras geniales
para la infancia del vuelo poético de La Edad de Oro.
El estilo martiano en esta empresa es el que encuentran los grandes poetas
en su madurez creadora. El del artista, que precozmente maduró en sus
escasos cuarenta y dos años de fecunda existencia que traspasó velozmente
del "horizonte de uno al horizonte de todos". Martí estaba en su más
laborioso período de creatividad en 1889, y la canalizaba íntegramente entre
su labor revolucionaria como ideólogo en la preparación de la guerra de
independencia de Cuba, en su periodismo de vanguardia militante y en esta
publicación más que necesaria, imprescindible para su época. Lo curioso es
que, a pesar de este múltiple quehacer: su agotador trabajo organizativo y
apostólico en medio de su doloroso exilio político, de sus enjundiosos
artículos y fervor militante, él encontrara un espacio de tiempo para
dedicarlo con tanto amor, lucidez y acierto a una revista infantil dirigida
a la infancia hispanoamericana.
A través de las páginas mensuales de esta revista -escrita y editada
completamente por él- demostró cuán multifacético podía ser en su
creatividad literaria, excelente lo mismo para la prosa que para el verso y
el periodismo. El material no podía ser más variado tanto por su forma como
por su contenido: cuentos, poemas, adaptaciones y versiones libres,
crónicas, crítica de arte, periodismo de gran vuelo y altos principios, para
decirlo en una frase. Y La Edad de Oro se edita en una época y en un idioma
en el que lo cotidianamente establecido respecto a publicaciones infantiles
eran la cursilería, la banalidad y la filantropía barata. El panorama de las
letras infantiles en lengua española y durante todo el siglo XIX estuvo
plagado de los peores errores de la literatura infantil europea del siglo
anterior. Y para comprobarlo remito a los lectores a las obras de Mme. De
Genlis, Mme. Leprince de Beaumont (si exceptuamos a su clásico La bella y la
bestia), Arnoldo Berquin, Mrs. Sara Trimmer, Thomas Day, Mary Edgeworth,
etc., etc., etc. Sin comentarios. Existe un ejemplo más concreto: la
editorial de Saturnino Calleja, prestigiosa casa fundada en Madrid, España,
en 1876, publicaba (con la debida censura eclesiástica) libros para los
niños y niñas que pudieran comprarlos y leerlos a todo lo largo y ancho del
mundo de habla hispánica. Estas "mercancías" culturales estaban plagadas de
textos como el siguiente que les muestro, ejemplo espantosamente negativo de
comienzos de un cuento infantil:
"Profunda era la aflicción del pobre Julio: su anciano padre, postrado por
cruel enfermedad, estaba agonizando, y sólo Julio le había asistido, pues en
la habitación vivían los dos solos; la vela de sebo, única luz que tenían,
se apagaba sobre la mesa, y las tinieblas de la noche lo envolvían todo."(8)
Si a esta transcripción añadimos que correspondía al primer cuento ("El
premio de la virtud") de un libro titulado La alegría de los niños,
imagínense ustedes el resto, si pueden.
En semejante panorama desolador irrumpe el autor de Ismaelillo con esta
insólita publicación que se adelantaría un siglo a su tiempo. Tan
provocativa y revolucionaria revista no podía pasar inadvertida, al menos a
sus contemporáneos más destacados. El poeta y crítico mexicano Manuel
Gutiérrez Nájera en un brillante articulo destaca sus grandes aciertos con
frases tan elogiosas y gráficas como ésta: "Martí se ha hecho niño, un niño
que sabe lo que los sabios, pero que habla como niño."(9) Un niño con toda
la inocencia interior y toda la ternura de su inmenso corazón. "Un corazón
solitario no es un corazón", diría más tarde Antonio Machado, y el corazón
del hombre de La Edad de Oro consciente de que "todo el que lleva luz se
queda solo" latió permanentemente mientras vivió, ocupado con las
injusticias, los sufrimientos y las luchas de su patria y del mundo con
admirable lucidez y combatividad. Así sentó las bases en el fondo y en la
forma para una moderna y revolucionaria literatura infantil todavía
inexistente en su época.
No olvida, sino que subraya que: "A nuestros niños los hemos de criar para
hombres de su tiempo y hombres de América."(10) Se anticipa entre tantas
cosas a la distinción de sexos en el universo infantil, conversa con los
niños desde el prefacio con la psicología del maestro, diciéndole a las
niñas: ".Les diremos cosas así, como para que las leyesen los colibríes, si
supieran leer".(11) No es casualidad que años más tarde dijera en una carta
a su niña predilecta, María Mantilla, el propósito interior que lo llevó a
proyectar La Edad de Oro: "Yo quise escribir así (.) para que los niños me
entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música", y también porque
".dicen los chinos, que sólo es grande el hombre que nunca pierde su corazón
de niño" (12).
Martí además de contarles a los niños y niñas "todo lo que han hecho los
hombres hasta ahora", "cómo se vivía antes y se vive hoy en América, y en
las demás tierras"; les habla de "todo lo que se hace en los talleres, donde
suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia, y son
magia de verdad, más linda que la otra", y les narra "cuentos de risa y
novelas de niños para cuando hayan estudiado mucho, o jugado mucho, y
quieran descansar."(13) El no pierde de vista la importante etapa lúdica que
es la infancia, y le suministra los materiales adecuados, a ellos me refiero
de inmediato. Escribió especialmente para esta publicación varios artículos,
poemas y cuentos originales, además de las dos magistrales adaptaciones que
hizo: Meñique del francés Laboulaye, y Los dos ruiseñores del danés
Andersen. Sus cuentos Los zapaticos de rosa, Bebé y el señor don Pomposo,
Nené traviesa y La muñeca negra, son citados frecuentemente por su frescura,
espontaneidad, y tono vivencial, aún vigentes.
En los cuentos y versos que integran esta insólita obra se destacan además
de los aciertos señalados, la capacidad martiana para captar algo desde
siempre muy difícil para cualquier escritor infanto-juvenil, como es captar
la singular idiosincrasia del niño y niña de "carne y hueso". Me refiero a
no presentar en sus cuentos a hombrecitos o mujercitas "recortadas", y
expresarse en el verdadero idioma del niño. Los recursos y descubrimientos
que logra en esta obra son un acierto evidente en contraposición a la
literatura infantil en lengua española de su época, en la que la infancia se
conducía y hablaba siempre en imperfecto de subjuntivo.
Encontramos en La Edad de Oro una visión universal de la cultura, pero
también y muy especialmente un punto de vista centrado en la que él llamó
"Nuestra América", que aparece expresado en todo su ideario patriótico.
Nunca olvida introducir en los cuentos y artículos de su revista el aspecto
ideológico ejercido a través de un criterio amplio, racional, que jamás cae
en el panfleto. Sabe cómo destacar la injusta desigualdad clasista, con
imágenes y situaciones en las que nunca falta el respeto por la inteligencia
y sensibilidad de niñas y niños. Sabe sugerir y contraponer hechos porque
cree en que "conmover es moralizar", y en que "ser cultos es el único modo
de ser libre". Tiene siempre muy presente en toda su escritura una sabia
frase taoísta: "el pensamiento camina más aprisa, pero el corazón llega más
lejos". Un ejemplo muy hermoso de esto que menciono es Tres héroes, un
relato en el que Martí habla del valor y el decoro humanos como la condición
sin la cual no es posible ser héroe. Toma como personajes a Bolívar, a
Hidalgo, y a San Martín como arquetipos, y vale la pena mencionarlos hoy
aquí y ahora que estamos celebrando el Bicentenario de la Independencia de
nuestros pueblos, porque ellos encarnaron los valores que condujeron el
camino hacia la libertad del yugo colonial. Cuando habla de sus méritos y
virtudes también recuerda sus errores, que hay que perdonárselos por lo que
lograron. Y añade magistralmente: "Los hombres no pueden ser más perfectos
que el Sol. El Sol quema con la misma luz con que calienta. El Sol tiene
manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los
agradecidos hablan de la luz." (14) Un pensamiento que reitera en su
conocida frase: "La ingratitud de los hombres es la gran pena del mundo".
Solamente un ser que irradiaba tanto talento, luz y amor incondicional, como
José Martí, con su intuición profunda de la condición humana en todas sus
variables, podía hacernos un legado semejante al de su obra La Edad de Oro.
Ese gran clásico infantil que debiera ser hoy día un manual -en el mejor
sentido de esa palabra tan ambigua y gastada- inicial de aprendizaje de todo
aquel que desee dedicarse a la honrosa y difícil tarea de hacer literatura
para niños y adolescentes. Solamente él, a causa de su grandeza poética
incuestionable fue capaz -entre sus multifacéticas capacidades-de
anticiparse medio siglo a otra joya del género en el siglo XX: El
Principito, de Antoine de Saint-Exupèry. El inolvidable autor francés dice a
través de su personaje la Zorra: "Oye mi secreto. Es muy simple. No se ve
bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos." (15).Nuestro
Martí con semejante inquietud cognoscitiva escribe este impactante postulado
en la última página de La Edad de Oro, en 1889, cuando habla a la infancia
de la electricidad, el invento más trascendente de su época:
"La luz, no se ve y es verdad. Así hay muchas cosas que son verdad aunque no
se las vea. Hay gente loca, por supuesto, y es la que dice que no es verdad
sino lo que se ve con los ojos." (16). Todavía más de un siglo después, en
nuestro tiempo tenemos demasiada gente así, completamente dormida, ignorante
e insensible, que son seres humanos que viven sin culminar un proyecto de
vida, ni su proceso de individuación, crecimiento interno, y desarrollo
integral. La sabiduría martiana inmersa en toda su obra literaria y social
en el ejemplo de su vida plena siempre podrá ayudarnos a subsanar esta "gran
pena del mundo" contemporáneo.
Nuestro José Martí, fue un genial precursor de nuestro mundo latinoamericano
contemporáneo. Fue quizá el primero en darse cuenta de que si bien los niños
son los futuros ciudadanos, los hombres nuevos del mañana, también éstos no
son otra cosa que ex niños, y que en la medida en que los forjemos a través
de la educación integral y la Literatura con mayúscula podremos decretar su
maravillosa frase: "Los niños son la esperanza del mundo.
"

Bibliografía:

1. MARTÍ, José, 1953-1895. La Edad de Oro. Edición especial conmemorativa
por el "Año Internacional del Niño". La Habana, Editorial Gente Nueva, 1979.
Diseño e ilustraciones de Enrique Martínez. p. 10
2. Ob. cit. p. 98.
3. MARTÍ, José, 1953-1895. Obras Completas. Edición conmemorativa del
Centenerazo de su natalicio. Editorial Lex. La Habana, 1953. Tomo II: "Carta
al Sr. Manuel Mercado", de fecha noviembre de 1889, p. 1201.
4. Ob. cit., p. 1202.
5. Idem, p. 1203.
6. MARTÍ, José, 1953-1895. La Edad de Oro. Ob. cit., p.10.
7. GARCÍA MARRUZ, Fina. "La Edad de Oro". En Temas Martianos. Depto.
Colección Cubana. Biblioteca Nacional "José Martí". La Habana, 1969. pp.
292-304.
8. La alegría de los niños. El fragmento citado aparece al inicio de su
primer cuento: "El premio de la virtud". Editorial Saturnino Calleja.
España, 1876.
9. Acerca de La Edad de Oro. Compilación de textos sobre José Martí,
realizada por Salvador Arias para el Centro de Estudios Martianos. Editorial
Letras Cubanas. La Habana, 1980
10. MARTÍ, José, 1953-1895. Carta al Sr. Manuel Mercado, En: Obras
Completas. p. 1201.
11. Idem.
12. MARTÍ, José, 1953-1895. Cartas a María Mantilla. Centro de Estudios
Martianos. Editorial Gente Nueva. La Habana, 1982. p. 78.
13. La Edad de Oro. Ob. cit. p. 10.
14. La Edad de Oro. Centro de Estudios Martianos. Editorial Letras Cubanas,
1979. pp. 3-6
15. de SAINT-EXUPÈRY Antoine, 1900-1944. El Principito. Editorial Gente
Nueva. La Habana, 1986. p. 93.
16. La Edad de Oro. Ob. cit. p. 187.
_______________
* Ponencia leída en Quito (Ecuador) durante el "Encuentro Internacional de
Escritores La Literatura Infantil y Juvenil en escena, el 17 de mayo de 2011
Autor: Alga Marina Elizagaray
Fecha: 28 Febrero, 2012