En las últimas décadas se ha incrementado la publicación de libros profusamente ilustrados, en los cuales el texto y la imagen se complementan entre sí para formar un todo y facilitarle al niño la mejor compresión de la lectura, puesto que la ilustración estimula la fantasía en ciernes y es un recurso indispensable para el goce estético de la literatura infantil. De ahí que, mientras el adulto lee un cuento en voz alta, el niño se deleita mirando las ilustraciones. Lo que hace suponer que para el niño, así como es importante el contenido del cuento, es igual de importante la ilustración que acompaña al texto; más todavía, existen libros infantiles cuyas imágenes gráficas no requieren de texto alguno, pues son tan sugerentes que cuentan una historia por sí mismas.
La imagen y su representación idiomática ocupan un lugar central en los cuentos, ya que los símbolos de los cuentos se prestan a la representación gráfica. La imagen y la palabra son dos funciones expresivas, que se reflejan y complementan tanto en el desarrollo de la función idiomática como en la estética. Los niños no sólo se sienten atraídos por el ruido que, al hojear, producen los libros y las revistas, sino también por las imágenes que éstos contienen.
La literatura infantil, en algunos países más que en otros, ha sido una suerte de vertedero ideológico y estético, donde cabía todo lo que estaba mal escrito o impreso; primero, porque se la consideraba un opúsculo al margen de la llamada "buena literatura"; y, segundo, porque se creía que bastaba con darle al niño los subproductos lanzados por el mercantilismo grosero, con letras microscópicas y textos escasos y pobres, con ilustraciones de mala calidad y una encuadernación que se deshacía en las manos del lector antes de cerrar las tapas; cuando en realidad, lo que espera el niño es un libro que le llene de gozo a primera vista y le estimule las inquietudes de su fuero interno.
En los últimos decenios, si en algo se pusieron de acuerdo los psicólogos, pedagogos, ilustradores y escritores, es en la presentación que debe ostentar la literatura infantil, no sólo en cuanto al formato, el tipo de letra y la encuadernación, sino, sobre todo, en cuanto a las ilustraciones que, además de enseñar a diferenciar los tamaños y colores, contribuyen a la comprensión del texto.
Los expertos sostienen que cualquier niño, que tiene un libro en sus manos, es inmediatamente cautivado por las láminas a colores, debido a que comprende, antes que ningún otro idioma, las láminas que le transmiten mensajes y le suministran emociones estéticas. Por otro lado, desde la Primera Feria del Libro Infantil y Juvenil, celebrado en 1964, la plástica se ha convertido en un serio competidor de la palabra escrita, pues la ilustración no sólo es un elemento perfectamente válido en cuanto transmisor del contenido narrado, sino como realización estética, válida también por sí misma, y a cuya excelencia el pequeño lector tiene todo el derecho como a la belleza literaria.
En Alemania se comenzó con la litografía que, entre 1800 y 1830, tuvo un desarrollo significativo. Pero los libros de imágenes alcanzaron su esplendor en el siglo XX, junto a la litografía que era la clave para reproducir imágenes gráficas. Ya a principios de 1900, los cuentos populares, que fueron paulatinamente adaptados para los niños, contenían excelentes ilustraciones en blanco y negro. Con el transcurso del tiempo, los textos se han combinado con las ilustraciones, que constituyen un excelente recurso didáctico para hacer más ameno un texto extenso y compacto. En la actualidad, en el mundo de la literatura infantil, es abundante la producción de libros en cuyas páginas se complementan el texto y las ilustraciones, en un proceso dinámico que refleja la importancia de cómo se maneja el dibujo y cómo éste influye en la mente humana.
La relevancia que la ilustración concede a la literatura infantil hizo que en varios países se supere la clásica división entre el escritor y el ilustrador, del mismo modo como se superó la diferencia existente entre el "escritor serio" y el escritor de la literatura infantil. En Estados Unidos y Europa, por ejemplo, el artista de las imágenes gráficas y el artista de la palabra escrita tienen los mismos derechos de autor, y ningún ilustrador tiene ya la necesidad de luchar contra el autor o editor para que su nombre figure en la cubierta de los libros, pues se sobreentiende que la ilustración es una creación artística semejante a la literatura. Además, la fusión entre el escritor y el ilustrador no sólo implica la fusión entre la imagen y el texto, sino la creación de una obra digna de ofrecérsela a los niños, ya que si ambos se aferran a su propio arte, a su propio estilo y a sus propias ideas, lo más probable es que la ilustración no sea una transcripción enriquecedora del texto. Lo importante es que tanto el ilustrador como el escritor creen libros a partir del interés de los niños.
Ningún autor serio podrá referirse a los pequeños lectores con el mismo lenguaje que usa para comunicarse con los adultos, ni ningún ilustrador podrá diseñar imágenes de difícil comprensión, debido a que el sentido perceptivo de los niños es diferente al de los adultos. Es decir, el niño tiene más dificultades que el adulto para reconocer una figura pequeña escondida en una figura mayor, lo mismo que para relacionar los detalles en una totalidad, no sólo porque su cara es más pequeña y sus ojos están más cerca el uno del otro, sino también porque el niño ha vivido menos y, consiguientemente, tiene menos experiencia en la cual basar sus juicios. Asimismo, para reconocer los detalles de un dibujo doble, que teóricamente exige una reorganización de la percepción, el niño de 4 años necesita más información que el niño de 7 años.
Korneii Chukovski, en su libro "De los dos a los cinco", dice: "Todo poema para los niños debe ser gráfico, ya que los versos que los propios niños componen son, por decirlo así, dibujos en verso (...) La precisión gráfica de los versos infantiles debe servir de brújula a los dibujantes que ilustran libros para niños y a los poetas que escriben para ellos". A lo que agrega el ilustrador holandés Leo Lionni: "Para el autor de libros para niños, es esencial recuperar y expresar los sentimientos y las sensaciones de sus más tempranos encuentros con las cosas y los acontecimientos. Debe retornar a los lugares y a las circunstancias de su niñez en busca de los estados de ánimo y de las imágenes de entonces, y debe inventar maneras de transformarlos en lenguaje. Un libro para niños describe esos momentos remotos cuando nuestra vida todavía no había sido sometida a las imposiciones y a las exigencias del mundo adulto, y cuando cada experiencia personal, no importa cuán específica fuera, adquiría sentido universal" (Lionni, L., 1985, p. 28).
A cualquiera que dedique su arte a la infancia, le será útil observar la creación pictórica del mundo infantil, como quien para filmar un río debe de zambullirse en sus aguas, pues el dibujo del niño tiene una relación íntima con su desarrollo emocional, perceptivo e intelectual. Los niños, sometidos a las tragedias de una guerra, por ejemplo, dibujan un mundo lleno de aviones y tanques, donde las víctimas yacen como soldaditos de plomo; en tanto los niños que viven en un contexto social armónico y pacífico, dibujan un mundo como debería de ser, sin genocidios, tanques ni aviones. Los niños sordos tienden a dibujar orejas desproporcionadas y los niños agresivos exageran el tamaño de las uñas y los dientes.
Ahora bien, cuando los niños pasan de la creación personal a la apreciación y el goce estético, prefieren las creaciones de los adultos y, entre ellos, los más estrechamente vinculados a la realidad, desde el punto de vista de la claridad y la minuciosidad en los detalles, aunque algunos sostienen que los niños se sienten atraídos por los libros infantiles en cuyas páginas aparecen animales desproporcionados o personas carentes de simetría, con caras redondas, brazos y piernas cortas, ojos enormes y bocas diminutas.
Todos son conscientes de que el niño, a diferencia del adulto, tiene un pensamiento mágico y la capacidad de poderse imaginar una realidad que se diferencia del pensamiento lógico. En este contexto, lo que para el adulto se manifiesta en conceptos abstractos -en ideas-, para el niño se manifiesta en imágenes, una experiencia que comparte con algunos pintores como Marc Chagall, en cuyos cuadros se ve a una pareja de enamorados levitando en el cuarto o volando sobre los techos de París, a un muchacho tocando violín en el tejado de una cabaña o a los ángeles hablando de igual a igual con los mendigos. Los niños, como los pintores cubistas, observan e imaginan la realidad desde una perspectiva que no se ajusta a la lógica racional, sino a las aventuras de la imaginación, propia de los corazones eternamente infantiles.
El ilustrador debe conocer el desarrollo sensorio-motriz de la infancia, con el fin de entender la actividad creativa propia del niño; es más, debe saber que cuando el niño tiene un lápiz en la mano, lo primero que hace son líneas sin convicción hasta darle una forma redonda, a la cual sólo le falta tres puntitos para que represente el rostro humano, pues los ojos y la boca son órganos a los cuales el niño atribuye muchísima importancia. Luego de los ojos y la boca, dibuja los brazos y las piernas, consistentes en dos rayitas verticales y horizontales. Posteriormente, estas líneas difusas toman forma más estilizada y realista, a pesar de que muchos niños, a la edad de 8 años, siguen haciendo composiciones abstractas y expresionistas que, para un adulto, son de difícil comprensión, o como dijo Pablo Picasso: imitar los seres y las cosas resulta muy sencillo para el pintor, lo difícil es imitar la creatividad de los pequeños pintores.
Según señalan los expertos, el dibujo tiene una propiedad icónica, debido a que imita la realidad por medios ilusorios. El análisis está basado en principios semióticos. Nos valemos de la semiótica como método para analizar la estructura del dibujo y los diferentes códigos de los símbolos. Esto se usa para caracterizar las diferentes convenciones idiomáticas de la comunicación, y una de esas formas de comunicación es el lenguaje de la imagen visual.
El niño, por medio de sus dibujos, refleja su propio mundo interno, sus pensamientos y sentimientos, todo aquello que no puede expresar por medio de las palabras. El idioma gráfico del individuo nos entrega hilos conductores para analizar sus experiencias y su madurez intelectual.
La fantasía del niño no está divorciada de la realidad. Los niños organizan y estructuran el caos del universo por medio de la palabra y el dibujo. Si el niño se expresa de manera espontánea por medio de los dibujos es porque algo tiene que contar, algo que no lo puede expresar por medio de la palabra oral ni escrita. Una simple expresión gráfica a temprana edad puede revelarnos su fuero interno y su forma de concebir el mundo.
El artista, dedicado a ilustrar libros para niños y jóvenes, está en la obligación de interiorizarse en el mundo que va a pintar, con el fin de desarrollar una labor fecunda, consciente de que la imagen gráfica sirve para motivar y estimular el gusto por la lectura. La conocida ilustradora Monika Deppert, refiriéndose a este tema, apunta: "Para poder dibujar un pedazo de realidad, tengo que vivirla y sentirla. Si se trata de una realidad alejada de la mía, tengo que ir a buscarla y exponerme a la experiencia directa. Esto no puede ser sustituido por medio de mirar fotografías y leer libros" (Doppert, M., 1985, p. 5).
En efecto, el arte de la ilustración, que se ha incrementado en la literatura infantil, es la puerta que conduce hacia el complejo proceso de aprendizaje de la lectura, o como sostienen Verónica Uribe y Marianne Delon: "Las imágenes y la concepción gráfica son de gran importancia en un libro para niños. En el aprendizaje de la lectura y en la consolidación de hábitos de lectura, las imágenes juegan un papel interesante de apoyo, motivación y apresto a la lectura. No deben ser simples adornos del libro ni debemos considerar que simplemente hacen al libro más bonito. Las imágenes constituyen por sí mismas un lenguaje de fácil aprehensión por parte de los niños, que pueden tener tanta o más importancia que el lenguaje escrito. Por este motivo, es indispensable prestar atención a la calidad gráfica de los libros para niños" (Uribe, V., Delon, M., 1983, p. 27).
Sin embargo, a pesar de estas consideraciones, todavía hay quienes niegan la importancia de las ilustraciones en la literatura infantil, sin considerar que, a veces, para los niños es más relevante el lenguaje visual que el lenguaje hablado o escrito, no sólo porque vivimos en una sociedad dominada por la imagen gráfica, sino también porque la ilustración es un poderoso medio de comunicación y un excelente recurso didáctico en el sistema educativo.
Bibliografía
- Doppert, Monika: La ilustración de un relato guajiro, Revista Parapara, No. 11, Caracas, junio de 1985.
- Lionni, Leo: Ante las imágenes, Revista Parapara, No. 11, Caracas, junio de 1985.
- Uribe, Verónica - Delon, Marianne: La selección de libros para niños: la experiencia del Banco del Libro, Revista Parapara, No. 8, Caracas, diciembre de 1983.
Autor: Víctor Montoya
Fecha: 28 Febrero, 2012