El miedo es una perturbación angustiosa del ánima ante un peligro real o imaginario, y cuya intensidad es variable según las personas y las circunstancias. Existe un miedo que produce inhibición y otro que produce reacción, uno que hace palidecer y otro -mucho más raro- que congestiona; a veces suele trastornar el uso de la razón o provocar un trauma imperecedero.
Los niños, más que los adultos, tienen miedo a la muerte, la oscuridad y lo desconocido. No en vano algunos describan el miedo de su infancia como sigue: “Recuerdo especialmente las sombras de mi cuarto. El escaparate se veía inmenso desde mi huequito en la cama y parecía ser el castillo en el cual habitaban los monstruos de los cuentos. Me acostumbré desde niña a dormir cubriendo mi cuello con el brazo, por si acaso, durante la noche, llegaba algún monstruo...”.
La oscuridad y las penumbras de una habitación son algunos de los factores que mayores angustias provocan en los niños. Para la más de ellos, que no actúan con la lógica de la razón sino guiados por la fantasía y la sinrazón, la oscuridad representa lo desconocido, lo que está al otro lado del día. En la noche surgen los fantasmas y se producen pesadillas espantosas.
Cuando se habla del miedo, como un sentimiento espontáneo, surge la pregunta: ¿El miedo es una reacción innata o adquirida? Las respuestas pueden ser varias, pero hay dos que se disputan la verdad absoluta. Los behavioristas y fisiólogos, desde Ivan Pavlov hasta Burrhus Skinner, creen que todas las reacciones humanas responden a estímulos condicionados; por consiguiente, el miedo es una reacción adquirida a través del proceso de aprendizaje o el reflejo automático y observable de un estímulo condicionado. Skinner sostiene que el estímulo es un elemento esencial de toda conducta, en virtud de que los pensamientos y sentimientos son simples movimientos musculares, disgregaciones glandulares y una reacción de la actividad del sistema nervioso central, cuya conducta es una serie de reflejos ordenados y sucesivos.
Los nativistas, entre ellos los psicoanalistas y etólogos, a diferencia de los behavioristas, sostienen que el miedo es una reacción innata y citan como ejemplo el miedo instintivo de los chimpancés cuando ven reptar una serpiente, aunque antes no hayan estado en contacto con ella, ni sepan el peligro que representa; un hecho que hace pensar que la tendencia innata del miedo a las serpientes es genético y no adquirido.
Sin embargo, el behaviorista norteamericano John B. Watson, para demostrar que el miedo es una reacción aprendida por medio de los reflejos condicionados, desarrolló varios experimentos, pero quizás el más conocido sea el que realizó con un niño adoptado de once meses. Watson y su asistente, la señorita Raynor, se hicieron cargo de Albert en la institución psicológica de la Universidad de John Hopkin. El niño se encariñó con las ratas que había en la institución y empezó a jugar con ellas, hasta el día en que Watson golpeó en una barra metálica, provocándole un susto repentino al niño, quien, además de soltar inmediatamente a la rata, rompió a llorar a gritos. A partir de entonces, Albert no volvió a jugar con las ratas, porque las asociaba con el miedo que le produjo el ruido estridente del golpe. Además, Albert no sólo adquirió un miedo -fobia- contra las ratas de pelaje blanco, sino también contra los perros, conejos y personas con barba; lo que quiere decir que el niño generalizó ciertas características de la rata, sobre todo el color blanco de su pelaje, con otros estímulos condicionados.
La sensación de miedo experimentado por los bebés se produce ante la ruptura de lo que para ellos significa un estado de equilibrio y seguridad. El lactante se asusta ante cualquier estímulo intenso que le llega por primera vez: un color rojo violento, el sonido de un despertador, el ruido de un portazo, una luz fuerte y directa, un rostro desconocido, un movimiento brusco, la oscuridad, la soledad, un objeto extraño, el viento, el trueno y otros ruidos fuertes.
Según el resultado de algunas investigaciones, se ha constatado que las mujeres tienen más miedo que los varones, quienes, a su vez, son más agresivos, competitivos y dominantes. Empero, nadie sabe a ciencia cierta si estas diferencias se deben a factores biológicos o al tipo de educación que recibieron desde la infancia. Desde el punto de vista psicosocial se puede decir que los padres, tradicionalmente, dan señales claras de cómo deben comportarse sus hijos, dependiendo si éstos son varones o mujeres; un proceso de formación que empieza en la niñez. Así, por ejemplo, se enseña que los niños deben ser menos sensibles y llorones que las niñas; una actitud que se refleja también en la conducta ante la impresión repentina de miedo, espanto o pavor. “Los machos no deben llorar ni tener miedo”, se enseña en culturas donde el machismo es tan natural como el hecho de que las mujeres muestren abiertamente su miedo y sus sentimientos. Asimismo, está demostrado que los niños tienen menos miedo que las niñas ante las escenas de guerra que ven en el cine o la televisión, porque se identifican con los soldados y se sienten fascinados por las armas de fuego; las niñas, en cambio, manifiestan su temor ante cualquier contienda bélica, cuyas consecuencias funestas, de un modo directo o indirecto, afectan más a las mujeres y los niños.
El dilema de si el miedo es innato o adquirido tiene su relación con muchas otras preguntas de carácter psicológico-emotivo. Quienes opinan que el miedo es innato, se apoyan en la teoría de que las personas tienen las mismas reacciones emocionales -amor, odio, celos, alegría, tristeza, etc.-, independientemente de su origen social o cultural; en tanto quienes están en contra, por su parte, sostienen que las reacciones emocionales pueden manifestarse de diferentes maneras dependiendo de la cultura a la cual pertenece el individuo. De modo que, en medio de esta polarización de criterios, lo más coherente es sostener que existen reacciones emocionales que son innatas y otras adquiridas, sobre todo, si se considera que tanto los factores genéticos como los adquiridos son igual de importantes en el desarrollo emocional del individuo.
Autor: Víctor Montoya
Fecha: 30 Marzo, 2012