Acercando lectores

Acercando lectores

6 Diciembre, 2024

 

Acercando lectores

Por Carolina Loureiro

 

En el marco de la Primera Feria Internacional del Libro de Samaipata, realizada en noviembre de 2024, nos preguntamos: ¿cómo acercar a los niños y niñas a la Literatura y, particularmente, a la literatura infantil boliviana?

De inmediato, yo me puse a jugar con esa pregunta y, mientras le daba vueltas, salió otra que suena parecido, pero que es diferente: ¿cómo acercarnos a los niños y a las niñas a través de la literatura? Porque, al final de cuentas, las propuestas literarias son siempre un espacio de encuentro, un lugar para estar con otros, un tiempo para conocernos y entretejer imaginarios diversos.

Y entonces, pensé en las implicaciones de la lectura compartida. No para centrarme en aspectos que me interesaban hace algún tiempo, cuando todo lo pensaba desde la perspectiva de la educación e incluso de la neurociencia, y constataba los beneficios cognitivos de la lectura (conexiones neuronales, habilidades de razonamiento, capacidades comunicativas, comprensión en diferentes niveles, etc.), sino para que reflexionemos juntos, desde una mirada más literaria y, por tanto, menos encerrada en la lógica que, muchas veces, se difunde y se ancla en el espacio escolar.

Hoy, me parece que, si solo nos centramos en estudiar los impactos que la lectura puede tener a nivel cognitivo, se hace muy difícil encontrar caminos para acercar los libros a los lectores o para acercarnos a los lectores con los libros. Presiento que una niña, un niño, no se entusiasma demasiado si le digo: “Toma, lee este libro. Es importante que los hagas porque te va a dar muchos beneficios, va a desarrollar tu inteligencia, va a ayudarte a que no tengas problemas de aprendizaje en la escuela”. Todo eso puede ser verdad, pero lo más probable es que de esas frases y de esas promesas, que recorren una línea unidireccional (del adulto al niño/a) y apuntan a un futuro, no surja una motivación inmediata (ligada al presente) que impulse al niño o a la niña a abrir un libro y recorrer sus páginas. 

¿Qué hacer, entonces? Tal vez, lo primero que tenemos que hacer es leer. Leer nosotros. Leer y leer hasta dar con un libro que nos mueva algo interiormente y que creamos que también puede conmover a otros. Entonces, nos acercaremos a los más pequeños, o a los jóvenes, con el libro que hemos atesorado y les diremos: “Tengo un libro que me encanta y que me gustaría compartir contigo (o con ustedes). ¿Quieres que lo leamos juntos?”. Y es esa invitación, creo yo, la que abre una pequeña ventana… la que propicia un tiempo para escuchar historias y conversar sobre ellas.

¿Qué rol jugamos los mediadores de la lectura?

Creo que por ahí puede estar la clave, o una clave, para comenzar a responder la pregunta de cómo atraer a las niñas y a los niños a la lectura. Esa clave se centra en el rol que jugamos los mediadores, en las maneras en que encontramos quienes somos puente entre los libros y los lectores, en los medios que descubrimos para disfrutar juntos esos paseos por las páginas que nos llevan a otros tiempos y a otros mundos.

A veces pensamos que la lectura es un fenómeno espontáneo, casi mágico, que llega por sí solo a la vida de los niños y de los jóvenes. Pero eso sucede en muy escasas excepciones. En general, somos los mediadores (madres, padres, abuelas, docentes, bibliotecarios, etc.) quienes abrimos las puertas a la posibilidad de leer y de descubrir la inmensidad que hay detrás de ese gesto.

Somos los mediadores quienes tenemos que acercar libros de calidad a los lectores, pero, sobre todo, quienes tenemos que compartir un tiempo de lectura con ellos para ayudar a descubrir significados y a construir sentidos.

Pensemos por un momento, ¿quiénes han sido mediadores en nuestro camino lector?, ¿qué han hecho las personas que nos enamoraron de la lectura?, ¿qué poemas, canciones, cuentos… nos han dejado resonando? ¿qué voces cercanas hay junto a esos recuerdos?

Yolanda Reyes dice que nuestros primeros mediadores fueron aquellos que nos susurraron canciones de cuna, fueron los que nos regalaron las primeras palabras, los que nos introdujeron al mundo del lenguaje.

Y Graciela Montes afirma que, desde el momento del nacimiento, ese lenguaje nos fue dado para que podamos adueñarnos de él, y para que tengamos la posibilidad de darle voz a nuestra propia lectura del mundo.

A veces pienso que, en muchos casos, ese momento inicial, rodeado de ternura infinita (incluso de cansancio infinito también) se esfuma cada vez más rápido… tan rápido, que cuando el bebé comienza con su desarrollo motor y es capaz de tomar algo en sus manos, le entregamos, casi automáticamente, una cantidad no procesable de voces y de imágenes que lo aturden desde una pantalla.

Y no es que me oponga a la tecnología. De hecho, la utilizo permanentemente (para encontrar libros, para escuchar charlas, para investigar, para tomar y dar clases, etc.), pero sí me resisto al vaciamiento de relaciones afectivas en torno a los procesos de lectura en la infancia… me resisto al ruido que encubre la ausencia de un tiempo de escucha y de conversación en torno a lo que recibimos del mundo.

Y en ese sentido pienso en la pérdida inmensa de posibilidades que se produce cuando no hay mediadores, cuando no tenemos personas dispuestas a compartir tiempo, a contagiar ganas de leer, a conversar sobre los libros y su relación con la vida.

Sin duda, todos nosotros somos, o podemos ser, mediadores para acompañar en ese caminar en el que los lectores se vuelven cada vez más activos.

Al respecto, Michel Petit (2023) señala que:

“Para que las palabras de la literatura, el lenguaje del arte o de la ciencia hagan que el mundo sea un poco más amistoso y habitable, son necesarias de entrada otras palabras, las de un iniciador, que acoja y que sueñe el mundo con uno. Y es aquí donde el papel de los mediadores es tan importante”.

 

¿Quiénes son o quiénes fueron nuestros mediadores de la lectura?

Muchas veces, cuento y repito las imágenes que se han quedado guardadas en mi memoria en relación a las mediadoras que me introdujeron al mundo de la lectura.

La primera, viene de la tradición oral, y se ancla en las noches en que, con inmensa alegría e ilusión, yo me trasladaba a la casita de mi abuela para pasar uno o dos días con ella. Mi abuela, apenas había hecho hasta segundo o tercer grado de primaria y no sabía leer. Y, sin embargo, guardaba relatos e historias maravillosas en su memoria. Historias del campo en el que creció, historias que su propia abuela le transmitió, historias dejadas de lado en los espacios urbanos porque correspondían a lo que se señalaba como “superstición”. Yo gozaba con esos relatos y le pedía a mi abuela que me los contara una y otra vez, hasta quedarme dormida.

Después, mi maestra de primer grado. En Córdoba (Argentina) hice el primer tramo de la primaria en una escuela fiscal, ubicada en un barrio obrero muy humilde. A las pocas semanas de haber comenzado las clases, mi maestra de primero se dio cuenta de que yo ya sabía leer. Nunca se lo había dicho, porque era una niña muy tímida e introvertida. Pero un día, ella llegó con un librito que trajo de su casa, y me dijo que, si quería, podía sentarme en la última fila de bancos y leer tranquila, mientras ella trabajaba con mis compañeros. Aunque no recuerdo exactamente mi respuesta, imagino que mis ojos deben haber brillado agradecidos por ese gesto, que se repitió semana tras semana. En la escuela no había biblioteca, pero la Señorita Clelia llegaba cada lunes con un librito nuevo para mí, que sacaba de su biblioteca familiar. Nunca me tomó una evaluación, nunca me exigió que rindiera cuentas de lo leído. De vez en cuando, me preguntaba si el libro me gustaba. Y yo, que apenas susurraba las palabras, le decía siempre “sí”. Creo que esos fueron, sin duda, mis primeros “sí” a la lectura.

Y entre estas cálidas mediadoras, se encuentra también mi madre. Ella me regaló la primera colección de libros que tuve en mis manos. Eran de María Elena Walsh, y estaban llenos de poemas y canciones. Todavía suelo sorprenderme a mí misma tarareando alguna de esas melodías... A veces pienso, que mamá me regaló esos ritmos para atenuar la tristeza que, a mis siete años, se me instaló en el alma por la pérdida de papá… pero otras veces creo, que era ella quien necesitaba escuchar una voz que cantara. Lo cierto es que mi madre, que era maestra, amaba los libros. Y a pesar de ganar poco y de tener que sostener a seis hijos, disponía todos los meses de una pequeña suma de dinero para pagar los libros que compraba a crédito, los libros que llegaban a casa para habitar entre nosotros y estar al alcance de todos en la pequeña biblioteca del comedor. Mi primera y más bella biblioteca.

Estas tres maravillosas mujeres, fueron las primeras mediadoras de la lectura en mi infancia. Cada una a su manera, abrió mundos fascinantes para mí. Cada una despertó las ansias de leer (y de escribir) que me marcaron para siempre.

La autorajunto a diversos ponentes en la primera Feria del libro de Samaipata-Santa Cruz de la Sierra.

¿Qué hacemos como mediadores? ¿Cuáles son nuestros desafíos?

El primer desafío que tenemos como mediadores es leer. Como decía antes, leer juntos y promover conversaciones para compartir las interpretaciones diferentes que van haciendo los lectores.

Y digo las interpretaciones porque ya debería haber quedado atrás la famosa pregunta o la implacable consigna que dice: ¿cuál es el mensaje de la obra? Como si hubiera solo uno, como si pudiéramos reducir la riqueza de una obra literaria a un único mensaje. Porque si bien el autor busca transmitir algo cuando escribe, lo más potente y extraordinario de la lectura es que “ese algo” llega de manera distinta a cada uno.

Por tanto, no hay un mensaje único… no hay una única lectura… no hay una respuesta correcta… no hay una “verdad” evaluable… En el campo de la literatura, tenemos múltiples maneras de interpretar y, por tanto, de leer. Y es sumamente enriquecedor hacer puestas en común sobre eso que percibimos, sobre los significados que encontramos o que asignamos a lo que leemos.

Esta semana, César Herrera comentaba en un conversatorio que los libros de literatura no tienen un mensaje, pero que dejan huellas… y me quedé con esa hermosa imagen. Sin duda, los libros dejan huellas en muchos sentidos; sentidos que no están previamente definidos por el autor, sino que son construidos por el propio lector.

Por eso, diferentes escritores sostienen que hay tantos libros como lectores hay… porque un libro se multiplica con sus lectores, porque cada uno interpreta y escribe (o reescribe) su propio texto a partir de lo que lee.

En ese sentido, la lectura no es algo que se consume, sino que se produce. Justamente, porque el lector no es pasivo y lo que lee, dice la misma Graciela Montes, no cae en el vacío sino en su espacio personal, en su universo de significaciones. Y se entreteje con su cultura, sus códigos, su pasado de lecturas, sus deseos.

Así, el lector va construyendo su propia casa de palabras, para crear y comprender su mundo interior y exterior, para descubrir el texto escondido que lleva dentro (historia personal), para encontrar y habitar espacios nuevos.

Entonces, los mediadores ayudamos a mirar con otros ojos eso que leemos juntos. Nos desviamos de los caminos más transitados, para discutir ideas novedosas. Incluso, como propone Cecilia Bajour, ponemos en cuestión las posturas autorreferenciales (lo que pensamos nosotros mismos), para darnos cuenta del carácter incompleto, parcial, provisorio de nuestras propias significaciones, y para abrir una puerta hospitalaria a las significaciones de otros.

Entonces, leemos juntos para descubrir puntos de vista diferentes, para hacer conexiones inesperadas, entrever sentidos o construirlos, multiplicar preguntas, hallar respuestas provisorias.

Leemos para recuperar la capacidad inventiva, transitar caminos hacia la imaginación, y concebir cómo las cosas podrían ser de otra manera.

Leemos para ganar esperanza y para encontrar refugios, en medio de las dificultades y, a veces, del horror que nos rodea. 

Leemos para tejer lazos con otros, para fortalecer vínculos sociales, valorar la diversidad, experimentar, entretenernos, disfrutar, jugar y soñar.

Leemos para asombrarnos frente a lo que nos rodea, y prestar atención a lo que siempre estuvo allí. Para mirar con ojos nuevos, salir de la rutina, ensanchar el mundo y vivir intensamente.

Y leemos juntos porque, como mediadores, buscamos que la lectura sea una forma de presentar el mundo a los pequeños lectores. Como afirma Michel Petit (2015), al leer en voz alta para los niños y niñas, les estamos diciendo: “te presento el mundo que otros me pasaron y del que yo me apropié, o te presento el mundo que descubrí, construí, amé... Te presento a aquellos que te han precedido y el mundo del que vienes, pero te presento también otros universos para que tengas libertad”.

Ojalá que, el próximo año, nos encuentre nuevamente en Samaipata para celebrar la II Feria Internacional del Libro, después de haber recorrido un nuevo y rico camino de lecturas compartidas.

Bibliografía

(o textos que podemos consultar quienes buscamos crecer como mediadores de la lectura)

Andruetto, María Teresa (2014), La lectura, otra revolución. Fondo de Cultura Económica.

Andruetto, María Teresa (2013), Hacia una literatura sin adjetivos. Comunicarte.

Bajour, Cecilia (2009). Oír entre líneas. https://imaginaria.com.ar/2009/06/oir-entre-lineas-el-valor-de-la-escucha-en-las-practicas-de-lectura/

Devetach, Laura (2012), La construcción del camino lector. Comunicarte.

Montes, Graciela (2006), La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura. Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación Argentina.

Montes, Graciela (2001). El corral de la infancia. Fondo de Cultura Económica.

Petit, Michéle (2023), Somos animales poéticos. Ágora Travesía.

Petit, Michéle (2014), Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural. Fondo de Cultura Económica.

Reyes, Yolanda (2024), El reino de la posibilidad. Mantis.

Reyes, Yolanda (2019), La poética de la infancia. Comunicarte.

 

 

                                                           

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