Hipocleto, el cuidador de sueños, una reseña de Verónica Linares

Hipocleto, el cuidador de sueños, una reseña de Verónica Linares

11 Marzo, 2022

 

 

Hipocleto, el cuidador de sueños

Reseña de Verónica Linares

La Paz, 23 de enero de 2022

       

Con un nombre que nos hace trasladar a los sabios griegos, “Hipocleto, el cuidador de sueños” y la preciosa portada de una especie de perro suave que aspira o que sopla unas delicadas flores rosas, Carolina Loureiro nos envuelve en una nueva historia que toca al mismo tiempo los miedos y la ternura infantiles. Asimismo, Romanet Zárate, una maestra de la ilustración, acompaña la historia con unos preciosos dibujos que permiten al lector ampliar su imaginario y meterse en este mundo de los sueños que Hipocleto debe cuidar.

Hipocleto es un aprendiz de “cuidador de sueños” y se le ha encomendado la importante tarea de cuidar los sueños de Emi, en los cuales han empezado a aparecer unas horribles pesadillas ocasionadas por los terroríficos dibujos del Pintalíos. La autora nos remonta a una historia que se repite desde siempre: el miedo infantil a la noche, a la oscuridad, a lo desconocido, y a la necesidad de superar este estado que puede permanecer por mucho tiempo, a veces para siempre.

Sin embargo, Hipocleto no se siente listo para esta tarea pues en sus clases no le va muy bien, solo se aburre con las lecciones y se dedica a tararear o a silbar canciones. Es así que, en una primera instancia, este aprendiz de cuidador de sueños, utilizando su secador de pelo para alejar los espantosos dibujos del Pintalíos, solo logra espantar más a la pobre Emi quien grita desesperada: “Mamáaaaaaaa, una tormenta de monstruos” (p.16)

 

Hipocleto se siente desilusionado, y ve como el ágil Pintalíos esconde sus horribles dibujos en lugares temidos por Emi: “Así, vio cómo el Pintalíos ponía un dibujo aterrador detrás de la cortina, otro entre las mantas, un tercero al lado de los juguetes y, el último, debajo de la cama” (p.23). Carolina Loureiro sabe que los niños pueden encontrarse con cosas terribles en su pequeño mundo, sabe que puede haber monstruos y miedos en lugares muy cercanos; la autora se hace cómplice del niño, y no lo subestima.

Lamentablemente, Hipocleto vuelve a fallar pues no alcanza a recoger todos los dibujos y Emi vuelve a tener un tremendo susto, teniendo que recurrir nuevamente a su mamá. En este aspecto, tanto Carolina Loureiro como Romanet Zárate muestran la importancia del vínculo madre-hijo, en el que la madre intenta proteger a su niño, ponerlo a salvo de los males y de los miedos. Las ilustraciones muestran a una mamá pájaro, a una mamá conejo que está atenta a su niña, envolviéndola en sus brazos, en su regazo, como un refugio, un nido que nadie ni nada puede quebrantar.

Nuevamente el pobre Hipocleto se siente triste y desilusionado por su torpeza y lentitud: “Entonces, se sentó en un rincón, se tapó la cara con sus manotas peludas, y pensó que era un verdadero inútil. Su lentitud y falta de previsión jamás le permitirían ser un verdadero cuidador de sueños.” (p. 29). La actitud y los sentimientos de Hipocleto también son empáticos con lo que muchas veces sienten los niños y esta empatía hace que estos puedan identificarse con lo que Hipocleto siente. Los niños en la escuela pueden sentir que no hacen bien la cosas que los maestros exigen, y en realidad no sospechan que pueden tener muchos talentos escondidos, talentos que muchas ocasiones los maestros ignoran dejándose impresionar solo por la “excelencia académica” de sus alumnos.

 

Ilustración de Romaneth Zárate

En realidad, Hipocleto tiene un gran talento escondido, uno muy antiguo y hermoso que se remonta a las canciones de cuna. El canto de Hipocleto fue la solución para todo. La magia de los arrullos logra que la niña encuentre la paz al dormir y además logra adormecer al terrible Pintalíos. Creo que este final redondea muy adecuadamente la historia. Aunque podría parecer una solución simple, es en realidad una muy poderosa, si como Carolina Loureiro, sabemos lo que es un arrullo, una nana, una canción, de aquellas que nos resguardaban de todos los males cuando éramos bebés. Una vez más la autora vuelve a la importancia de ese vínculo madre- cuidador (a)-hijo-nido-arrullo-canto, vínculo indestructible que puede salvar, que puede sanar siempre.

Carolina Loureiro que ya tiene varios libros publicados: La sonrisa del pepino (2017); El árbol de Anselmo (2018), es una gran cuentista que logra redondear muy bien la historia, utilizando un lenguaje simple pero lleno de imágenes y palabras evocativas. A esta bella historia se suman los preciosos dibujos de Romanet Zárate que nos invitan a la ensoñación y a la ternura.


(Carolina Loureiro, Loqueleo-Santillana, La Paz, 2021)

Una versión breve de este artículo fue publicada en Los Tiempos. 

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