Escritor y pedagogo
La escritora Astrid Lindgren, cuyo nombre completo es Astrid Anna Emilia Ericsson, nació en la granja de Näs, cerca de Vimmerby (Småland), al sureste de Suecia, el 14 de noviembre de 1907. Fue la segunda hija de un matrimonio de campesinos. Su infancia, según sus propias confesiones, fue feliz y estuvo llena de protección, gracias al amor recíproco que hubo entre sus padres a lo largo de sus vidas.
Los hermanos Ericsson, interrumpiendo sus momentos de juego, tenían que ayudar en la granja; una obligación que les otorgó el sentido del deber, la responsabilidad y, sobre todo, la autoestima, al mismo tiempo que disfrutaban del aire libre y de los ejercicios físicos que les exigía la labor agraria. Quizás por eso, Astrid Lindgren, recordando sus años de infancia, consideraba que la vida en el campo le permitió cultivar el cuerpo, la mente y la imaginación.
No cabe duda de que la célebre autora creció entre animales silvestres y carruajes tirados por caballos, tal y como apunta en su libro “Mina påhitt” (Mis invenciones). Fue en la granja de sus padres que Astrid Lindgren desarrolló una sensibilidad especial hacia la condición humana y la naturaleza; un espíritu ecologista y de respeto hacia la madre tierra que, de manera implícita o explícita, se reflejan vivamente en las páginas de su obra literaria.
Las vivencias como material literario
Está claro que las experiencias de su infancia ensombrecieron cualquier otra experiencia posterior en su vida. Nunca perdió a la niña que habitaba en su interior ni dejó de usar los recuerdos de su infancia como vitales recursos en la elaboración de sus libros, cuyos temas y personajes, tanto niños como adultos, están ambientados en una naturaleza llena de bosques, lagos y paisajes que, para los lectores no escandinavos, parecen escenas arrancadas de los cuentos de hadas.
Nunca perdió la referencia de los olores, colores, imágenes, sonidos y sentimientos que experimentó de niña, y su escritura proyecta la misma intensidad y frescura con que un infante descubre el mundo, mientras le encanta trepar a los árboles, subir a los tejados y hacer travesuras junto a los niños del barrio o la escuela. De ahí que no es casual que los lectores de su obra se vean transportados a la época y el lugar donde transcurrió su infancia. Ella recordaba vivamente y con lujo de detalles cómo era ser una niña campesina y cuáles eran sus preferencias y deseos a distintas edades.
Todos sus personajes de ficción –sobre todo Pippi– están dotados de una imaginación y creatividad poderosas, que son dos de los elementos más característicos del desarrollo emocional e intelectual del niño, quien no sólo explora en su entorno para comprenderlo mejor, sino también para representarlo e incorporarlo en su actividad lúdica. Los críticos especializados en su obra coinciden en señalar que la literatura lindgreniana está inspirada en las aventuras y la felicidad de su infancia, que transcurrió en la pequeña provincia de Småland.
Cuando Astrid Lindgren tenía 18 años de edad, su infancia y adolescencia se acabaron tras un inesperado embarazo, pero no por esto dejó de vestirse a la moda, ni dejó de disfrutar del jazz ni dejó de bailar las populares músicas de la época. No deseaba casarse con el padre de su hijo y prefirió considerarse “madre soltera”. Se dice que fue la primera muchacha en Vimmerby que se cortó el pelo por encima de los hombros en actitud de rebeldía; una conducta que pronto causaría revuelo entre los suyos y despertaría los chismes entre los habitantes del pueblo, obligándola a marcharse de casa y refugiarse en Estocolmo, la capital sueca, donde tomó cursos de mecanografía para convertirse en secretaria y luego trabajar en una oficina.
Los inicios de una exitosa carrera
En 1934 empezó a escribir historias navideñas y otros textos breves que, luego de meterlos en un sobre, los envía a la redacción de los diarios locales. Astrid Lindgren jamás escribió bajo los dictámenes de la moda o el capricho de un editor, sino empujada por la irrefrenable necesidad interior de expresarse por medio de la palabra escrita.
Escribió su primer libro a los 38 años sobre una niña rebelde, llamada “Pippi Calzaslargas”, que surgió en los días en que su hija Karin, de siete años de edad, se enfermó de neumonía. Mientras estaba convaleciente, le pidió a su madre que le relatara las fascinantes historias de “Pippi Calzaslargas”, una huérfana de 9 años que, además de tener una descomunal fortaleza física, vivía con un caballo y un mono como únicos compañeros. Se trataba, en realidad, de una personaje de ficción basada en las experiencias que tuvo la autora en su infancia y cuyas acciones estaban contextualizadas en la pintoresca región de Småland, donde el invierno se llena de nieve, la primera estalla en flores multicolores y el verano exhibe una exuberante naturaleza, con sus lagos de cristalinas aguas, sus casas de madera pintadas de rojo, sus estrechos callejones y sus empinadas calles.
Astrid Lindgren, sin pensar demasiado, plasmó en hojas de papel las fabulosas historias sobre “Pippi Calzaslargas”, para obsequiárselas a su hija Karin el día de su décimo cumpleaños. Ese mismo año, 1944, como empujada por una fuerte intuición de que su literatura tendría un brillante porvenir, envió el manuscrito a la prestigiosa editorial Ruben & Sjögren, que no demoró en rechazarlo por contener episodios que no se ajustaban a la realidad de los niños suecos y, sobre todo, porque abordaba situaciones controversiales que atentaban contra la moral de quienes estaban educados bajo las normativas de la religión protestante.
La autora no se dejó intimidar por la crítica de los lectores de la editorial y siguió escribiendo historias arraigadas en una rica tradición popular, con muchos chistes, relatos y anécdotas, que ella escuchó en su infancia tanto en su entorno familiar como social, hasta que, tiempo después, se presentó a un concurso de literatura infantil, en el que obtuvo un segundo premio, más la publicación de su primer libro “Cartas de Britta Mari”. De modo que, entusiasmada por el premio, revisó el manuscrito de “Pippi Calzaslargas” y lo presentó en 1945 a la misma editorial que lo había rechazado un año antes; más todavía, Astrid Lindgren no sólo logró que se publicara el libro, sino que trabajó como editora en esa misma editorial entre 1946 y 1970, promocionando obras destinadas al público infantil y juvenil.
La trascendencia de su obra
Está por demás decir que su consagración llegó tras la publicación de “Pippi Calzaslargas” y una serie de libros para niños que, gracias a su singular estilo y calidad literaria, se tradujeron a decenas de idiomas y se vendieron en todo el mundo. En la actualidad, está considerada como una de las escritoras más trascendentales de la literatura infantil del siglo XX.
Los temas de sus libros, lo mismo que sus protagonistas, son irreverentes según los cánones de la educación retrógrada y moralista. No obstante, su narrativa, acorde a las necesidades emocionales y la fantasía infantil, se estableció como una lectura que despertó el interés de los pequeños lectores. Sus protagonistas son, unas veces, fuertes e inteligentes, y, otras veces, débiles y con dudas. En sus libros sobre “Pippi Calzaslargas”, como en la trilogía “Los niños de Bullerbyn” (1946), se respira un aire de humor anárquico y una rebeldía contra el autoritarismo familiar y escolar. La autora, consciente de que la literatura es un medio a través del cual puede transmitirse el respeto a los derechos humanos, jamás dejó de manifestar su defensa decidida de los valores de la paz, el ecologismo y el feminismo.
Entre sus obras cabe destacar también la serie de cuatro libros protagonizados por Emil, un niño que vive en una granja y que, en una popular adaptación televisiva, fue rebautizado como “Miguel el travieso”; la celebradas historia sobre “El Superdetective Blomkvist” (1946), una saga sobre un niño detective, que contiene reflexiones profundas sobre la relación entre niños y adultos, y otras obras como “Karlsson del tejado” (1955), “Mío, mi pequeño Mío” (1954), “Vacaciones en Saltkrakan” (1964), “Los Hermanos Corazón de León” (1973) y “Ronja, la hija del bandolero” (1981), sólo para citar algunas.
Sus obras le ganaron prestigio internacional y le hicieron merecedora del Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de Literatura Infantil y Juvenil, en 1958; recibió el galardón Nils Holguerson, en 1950; el Premio Nacional de Literatura de Suecia, en 1957; la Medalla de Oro de la Academia Sueca, en 1971; el Premio de la Paz, otorgado por los libreros alemanes; el Premio Internacional del Libro de la UNESCO, en 1993; el Premio Right Livelihood, llamado también Premio Nobel Alternativo, que concede el parlamento sueco, en 1994.
Una fundación en su memoria
Astrid Lindgren falleció de una infección viral el 28 de enero de 2002, en su casa ubicada en Dalagatan, en un céntrico barrio de Estocolmo, donde vivió desde los años 40 de la pasada centuria. Poco después de su deceso, su residencia se convirtió en museo y lugar de atracción turística, lo mismo que la casa donde nació, en Vimmerby, cuyos barrios y campos fueron los escenarios donde trascurrió su infancia y adolescencia, y que hoy son mundialmente conocidos, debido a que en este sureño pueblo de Suecia tienen su medio de acción la mayoría de los personajes de su vasta y magnífica obra literaria.
Asimismo, el gobierno sueco decidió instituir un premio en su memoria, destinado a destacar a los escritores, narradores orales, promotores de lectura e ilustradores de Literatura Infantil y Juvenil de todos los países del mundo. El premio Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA), administrado por Kulturrådet (Consejo Nacional de Cultura) desde 2002, asciende a los cinco millones de coronas suecas, que anualmente se otorga a los premiados en la ciudad de Estocolmo, con la presencia de destacadas personalidades del ámbito cultural y literario.