MITO
Nueve mitos de distintos pueblos indígenas de Bolivia: aymaras,charcas, chimanes, guaraníes, quechuas, weenhayek.
Este libro, ilustrado por Alejandro Salazar, obtuvo el premio a la mejor ilustración otorgado por la Reforma Educativa Boliviana (1998)
Año de Publicación: 1999
Lugar de Publicación: La Paz
Editorial: Gisbert y Cia. S.A.
Colección: ---
Numero de Edición: Novena
Numero de Páginas: 122 Páginas
ISBN: 978-99974-898-2-1
Depósito Legal: 4-1-4831-16
Premios y Distinciones: Premio de la Reforma Educativa Boliviana a la mejor ilustración (Alejandro Salazar) en 1998
Mito de la zona del Chaco
Tokwáj, el duende del Gran Chaco (Fragmento)
(Del libro "El espejo de los sueños")
Isabel Mesa
Antes de la creación del universo no había mas que un inmenso y amorfo espacio acuático. El gran dios que nunca muere, el que está en el cielo, construyó la tierra desde el centro de este espacio y ubicó su casa en el corazón del mundo; desde allí inició la creación.
Puso en el firmamento a Ijwala, el sol, que tiene un rostro enorme y una barriga prominente; es duro y autoritario como lo demuestran los candentes rayos que caen sin piedad sobre la árida región del Chaco. Tiene un caballo muy flaco con el que viaja durante el verano y otro caballo brioso y ligero que utiliza durante el invierno. También creó a Iwela, la joven y hermosa luna, fría e indiferente. Tupa, el dueño de los vientos, la lluvia, los relámpagos y los rayos, también habita en el cielo. Lawo, que así se llama el arco iris, es el peor de todos. Tiene la forma de una gran serpiente de varios colores que devora a los seres que se le aproximan; vive en el agua y vigila desde la superficie.
"El que está en el cielo", puso sobre la tierra plantas y animales; cada uno con su alma. Luego creó a los poderosos espíritus de la naturaleza, dueños de cada especie. Chiláj, por ejemplo, es el dueño del agua y de los peces. Itajwuk es el dueño del fuego y habita en el bosque envuelto en sus ardientes llamas. Finalmente, "El que nunca muere", que es el motor de la vida y el origen de todas las cosas, hizo salir de las cuevas de los escarabajos a cuatro parejas de hombres y los ubicó en la llanura del Gran Chaco. Ellos serían el origen de los Mataco.
A tiempo de dejar la tierra e irse para el cielo, el Creador se despidió de los hombres diciendo:
-Ahora ustedes conocen todo y si necesitan algo para comer saben cómo conseguirlo. Saben cómo sembrar, conocen el cultivo de cada planta y su nombre. Ustedes conocen el río, a veces hay pescado y otras no hay. Ahora quiero dejar de hablarles. Yo me voy, pero no los abandonaré.
En ese momento llamó a Ajatáj, Señor de la muerte, y le ordenó que creara a Tokwáj como un nexo de unión entre los hombres y los dioses, para que sea ejemplo de lo bueno y de lo malo.
Ajatáj se fue hacia donde nacía el sol y usando barro fresco modeló a Tokwáj con todas las características de un ser humano. Sin embargo, habiendo sido encargo del Creador, Tokwáj tenía poderes sobrenaturales y Ajatáj así se lo hizo saber:
-El perro será la otra figura que podrás adoptar durante tus andanzas, pero en caso de peligro podrás cambiar tu cuerpo en cualquier forma que tú desees.
El Señor de la muerte hizo la mezcla final. Puso una pizca de su malicia y tres cucharaditas de la bondad del Creador. Así apareció Tokwáj sobre la tierra, un hombrecito pequeño y divertido, pícaro, loco y amigo de las burlas; casi siempre metido en líos por ayudar y proteger a su pueblo.
De esa manera Tokwáj se quedó con los Mataco y les enseñó las artes de un mejor vivir. Empezó perfeccionando la práctica de la cacería. Construyó el arco y la flecha distinguiendo a los animales que debían cazar de los que no debían matar; les enseñó a pelarlos e incluso a prepararlos para comer. También confeccionó enormes redes para pescar usando la fibra de caraguatá. Primero hizo la red triangular y luego la de tijera. Con ellas se podían extraer muchos más peces como el sábalo, el surubí, el bagre y la palometa. Los Mataco estaban maravillados; antes tan sólo pescaban con una vara larga de cañahueca y un anzuelo.
A las mujeres les enseñó a recolectar chaguar para obtener fibras del grosor de un hilo, a teñirlas y a tejer con ellas. También enseñó a los Mataco a recolectar frutos silvestres, a distribuirlos y a compartirlos entre todos.
Viendo que todo iba bien, y antes de trasladarse definitivamente al cielo, "El que nunca muere" decidió repartir entre todos los hombres las cosas que había en su casa. Allí se dieron cita los Tobas, los Chiriguanos, los Ayoreos y por supuesto los Mataco que habían enviado a Tokwáj para que los representara. Cuando le tocó el turno a Tokwáj, el Creador lo acompañó para que escogiera algo útil para su pueblo. En un inmenso cuarto estaban amontonadas palas, camas, hachas, caballos, riendas y ropa de muchos colores. Después de mucho pensar, Tokwáj fijó su vista en una horqueta vieja; útil solamente para sacar la parte comestible del caraguatá. El pequeño hombrecito estaba muy contento con su elección, pero los Mataco se enojaron muchísimo con él. Hasta hoy le echan la culpa de su pobreza, mientras que las otras tribus son ricas por haber elegido mejor.
Aún después del disgusto, Tokwáj se quedó con los Mataco para continuar su misión de protector. Iba y venía por la llanura del Gran Chaco observando todas aquellas cosas que serían útiles para la tribu. Muchas veces se pasaba horas de horas tratando de imitar todo lo que veía. Se esforzaba por quedarse inmóvil como una piedra, por volar tan alto como los cuervos o por saltar al mismo ritmo de los sapos; sin embargo, siempre terminaba con el cuerpo hecho un nudo, con los pies en la cabeza y la cabeza en los pies.
Uno de esos días, mientras recorría el camino hacia el estanque, vio a un ave que estaba parada sobre una sola pata; era una chuña. Tokwáj la miró extrañado y agachó la cabeza buscando debajo del plumaje dónde podía estar la otra pata.
-¿Dónde está tu otra pata? -le preguntó con curiosidad.
-Me la he cortado -dijo la chuña, haciéndose la burla del hombrecito.
-Yo quiero ser como tú para pararme sobre un solo pie -replicó Tokwáj.
-Entonces tienes que cortarte una de tus piernas -le contestó muy seria la chuña.
Tokwáj no esperó más y se cortó una pierna. Inútilmente trató de pararse una y otra vez con el resultado que era de esperar: una tremenda caída sobre la yerba. La chuña, muerta de risa al ver la cara del hombrecito toda embarrada, bajó su otra pata y se fue caminando como si nada hubiera pasado.
Saltando y haciendo equilibrio sobre su única pierna, y cargando la otra sobre el hombro, Tokwáj se fue a buscar a la araña grande que sabe hilar con hilo de seda y arregla las fracturas con zurcido invisible. Tokwáj encontró a la araña grande hilando debajo del algarrobo y allí le contó lo sucedido. La experimentada viejita se sentó tranquilamente a coser la pierna del travieso hombrecito. Pero Tokwáj, que lo observaba todo y no perdía detalle de lo que tenía delante, se fijó en la enorme panza de la araña y comenzó a reirse a carcajadas. La araña levantó sus finas patas en señal de amenaza y le advirtió que no se burlara de su panza o no le arreglaría bien la pierna. Tokwáj contuvo la risa por un momento, pero no pudo más y a gritos le dijo:
-¡Eres una araña panzona!
La viejita, muy molesta por la impertinencia de Tokwáj, deshizo la delicada costura de la pierna, remachó la rodilla con un tremendo nudo y se fue toda enojada. Desde entonces los hombres tienen la rodilla salida, en forma de nudo.