PORTADA MÁGICA, LA

PORTADA MÁGICA, LA

NOVELA

Ambientada en el siglo XVIII, el artesano Luis Niño y su ayudante Jahuira recorren la zona andina y amazónica en busca de las decoraciones más originales para la portada de San Lorenzo de Potosí.

Año de Publicación: 2001

Lugar de Publicación: La Paz

Editorial: Gisbert

Colección: ---

Numero de Edición: Octava

Numero de Páginas: 150

ISBN: 978-99974-311-8-9

Depósito Legal: 4-1-638-19

Premios y Distinciones: Mención especial al guión de la película basado en la misma obra en el VII Festival Iberoamericano de Cine (Santa Cruz, 2004).
Incluido en la lista de "Los recomendados: Una década de Literatura Infantil y Juvenil (2000-2010)", Academia Boliviana de LIJ (2012).

Presentación de la obra en ballet (La Paz, 2006).
Guión para radio-teatro del autor cubano Luis Cabrera Delgado; se difundió en un programa infantil de una emisora de Santa Clara (Cuba) (2009).
Traducida al alemán con el título "Das magische Portal" (2011).

Reseñas

Fragmento

Capítulo II

Cazadores de estrellas

(Del libro "La portada mágica")

Isabel De Mesa

Luis y Jahuira llegaron a medio día a un pequeño pueblito en el sur de la Cordillera de los Andes llamado Copiapó y muy pronto estuvieron en las faldas del volcán del mismo nombre. Desmontaron de las mulas y las descargaron antes de descansar. Traían consigo casi un mes de viaje, el trasero todo ampollado y el estómago algo vacío. Luis Niño estiró su vieja manta sobre el suelo, mientras Jahuira arreaba a las mulas para que buscaran algo de comer. Sabía que no encontrarían mucho, pues la zona de la cordillera es tan árida y seca que la yerba fresca escasea como el agua en el desierto.

– ¿Y qué vamos a encontrar aquí? Yo no estoy viendo nada interesante como para meterlo dentro de tu saco de arpillera. Un montón de paja brava quizás, derrepente alguna piedra laja o el cadáver de una mula flaca –reclamó Jahuira bastante molesto–. ¿Acaso no ves a estos pobres animales? ¡Lo único que me falta es tocar el charango con sus costillas!

– Ellas ya se las arreglarán solas –dijo Luis casi en un murmullo, pues ya estaba presto a dormirse–, dé..ja..las y duer..me un po..co.

Apenas terminó la frase, Luis se dio la vuelta sobre su manta y se puso a roncar a plena luz del día. Parecía uno de esos moscardones gordos y negros que no tienen otra cosa mas que hacer en la vida que zumbar y zumbar.

Jahuira acomodó los bultos a la sombra de una gran roca, muy cerca de él, de manera que pudiera verlos sin dificultad. Era muy desconfiado y no quería perderlos de vista; sobre todo al saco de arpillera de Luis y la bolsa de las ideas. ¡Un pequeño descuido y Jahuira sabía que Luis le arrancaría las orejas!

Una vez terminado su trabajo, el indígena se sentó en el suelo cruzando ambas piernas. Sacó de su bolsillo un puñado de haba tostada, el último que le quedaba, y, separando las cascaritas de la semilla, empezó a comer el primer y único plato de un menú algo reducido.

Cuando la tarde empezó a declinar, Luis se levantó y sacudió violentamente a Jahuira que también se había quedado profundamente dormido.

– ¡Vamos Jahuira, levántate! Tenemos que escalar este volcán.

– ¿Quién me habla? ¿Sobre quién quieres que me suba? –contestó Jahuira sobresaltado y todavía dormido–. ¡Pero mira no más! Si está oscureciendo, y que yo sepa las noches se hicieron para dormir–dijo acurrucándose nuevamente sobre su manta.

– ¡Despierta de una vez!  Algo me dice que en el regazo de este cerro encontraremos algo que nos sirva –insistía Luis Niño zarandeando al indio para que despierte-. Apúrate que tenemos que llegar a la cima antes de que anochezca.

Los dos amigos amarraron las mulas a una piedra puntiaguda y cargaron sobre sus espaldas las mantas, el saco de arpillera de Luis, la bolsa llena de ideas y algún material necesario para este caso y otros parecidos.

– Maestro, ¿qué, no más, estamos haciendo aquí los dos trepando una montaña bien difícil y con un frío que pela? Creo que me he de regresar.

– Jahuira, tú siempre quejándote de todo. ¡Déjate de tonterías! ¿Qué es eso de “me he de regresar”. La persona que no arriesga nunca consigue lo que quiere. Sólo si lo intentas lograrás algo en la vida.

– Si las cosas en la vida son como este sendero, seguro que llegaré al final de mi vida exhausto, viejo, arrugado y congelado como el chuño –murmuraba el aprendiz–. ¿Y si nos pasa algo allá arriba, maestro? ¿Qué hemos de hacer?

– ¡Justo a mí me tenía que tocar el aprendiz más cobarde de la región! –comentó Luis mirando de reojo a su compañero.

 Por fin llegaron a una pequeña planicie que permitía albergarlos al menos por aquella noche. Los dos compañeros limpiaron el lugar de todas las piedras que había y extendieron sus mantas de dormir. Cuando Jahuira estuvo a punto de reiniciar el sueño del cuál había sido interrumpido, Luis lo llamó:

– ¡Ven Jahuira! Es una noche preciosa y el cielo está lleno de estrellas. Las noches en la sierra son bellas. Son tan claras que parece que uno estuviera delante de un escenario donde cada uno de los astros muestra lo mejor que sabe hacer.

– ¡Mira maestro! –grito Jahuira emocionado–. ¡He visto una wara caerse del cielo!

– ¡Cuántas veces te he dicho que no mezcles el aymara con el castellano! No se dice wara, sino estrella. Y lo que acabas de ver se llama cometa –dijo Luis en un tono que se asemejaba a una lección de escuela.

– ¿Cometa? –preguntó Jahuira bastante extrañado.

– Sabes Jahuira, dicen los cosmógrafos que los cometas son astros que tienen el color del fuego y que están hechos de sangre, que tienen la cabeza y la cola muy crespas como si tuvieran una larga cabellera...

Jahuira no pronunció ni una sola palabra ante tan magnífica explicación. Luis, en cambio, proseguía entusiasmadísimo con su clase de astronomía pensando que el aprendiz lo estaba escuchando con la boca abierta; sin embargo, Jahuira estaba en el quinto sueño. Poco a poco la inmensidad del firmamento comenzó a envolverlos hasta dejarlos sumergidos dentro de un negro e inmenso mar de estrellas.

De pronto, se escucharon unas voces y unas risas que parecían venir del mismísimo cielo.

– ¿Escuchas Jahuira? ¿Escuchas? –dijo el artesano dando un empujón al indígena.

– ¡No pues! –exclamó Jahuira en tono molesto-. ¿No te quisieras dormir un ratito sin molestarle al vecino?

– ¡Calla, Jahuira! –susurró Luis poniendo el dedo índice sobre sus labios.

– Es tu turno, María –decía una estrella.

– No, pero si es el turno de María –replicaba la que estaba a su lado.

– No sean tontas, porque es el turno de María –recordaba la tercera estrella.

– ¿Qué enredo es este? –gritó Jahuira poniéndose de pie muy indignado–. ¿El turno es de la María o de quién?

Las voces se callaron y luego se escuchó una especie de murmullo.

– ¿Dónde está? –dijo una de las estrellas.

– ¿Quién nos habla? –prosiguió la otra.

– ¿Hay alguien que quiere jugar con nosotras? –preguntó la tercera estrella.

Luis se paró. Puso ambas manos alrededor de su boca, como para hacer una bocina, y gritó:

– ¡Estamos aquí abajo, sobre esta montaña! ¿Quiénes son ustedes?

– Somos las tres Marías –contestaron a coro titilando con coquetería.

– Maestro, las tres tienen igual su nombre –dijo Jahuira sorprendido–. Eso no es muy cristiano, ¿no? Si todas las estrellas se llaman lo mismo, estamos bien fregados.

– ¡No todas nos llamamos lo mismo, tonto! –gritaron las tres estrellas-. ¡Claro que no! Todas nosotras somos estrellas del hemisferio sur y tenemos diferentes nombres.

– Somos las tres Marías porque estamos muy juntitas, una al lado de la otra, y la pasamos muy bien –dijo la estrella del medio.

– Son muy lindas –comentó Luis-. Me encanta su brillo, la forma en que titilan; realmente son bellísimas.

– ¡Gracias! –dijeron las tres a coro, con un tono zalamero y brillando con mas fuerza.

– Maestro, ya conocimos a las tres Marías, les hemos hablado...¿Tú crees que ya podemos irnos a dormir? Tengo mucho sueño y estoy congelado de frío –dijo Jahuira mostrando un gran bostezo y abrazando su tembloroso cuerpo con ambas manos.

– ¿Qué es el frío? –preguntó una de las Marías.

– El frío es...bueno es...en realidad...¡El frío es el frío! –contestó Jahuira muy contrariado, porque no sabía cómo explicarle a una estrella lo que estaba sintiendo en ese momento–. Mañana te lo voy a decir con calma porque ahorita estoy helado de frío.

– ¿Y qué hacen ustedes sobre esa montaña? –preguntó la primera María–. Se supone que los hombres no viven sobre las montañas, ¿o sí?

– ¿Viven allí? preguntó la tercera estrella con mucha curiosidad.

Luis les contó la historia del Cerro Rico, de la ciudad de Potosí que estaba a sus pies y de los indios que estaban labrando una hermosa portada; lo especial que ésta tenía que ser y las ideas que el arquitecto tenía sobre ella. Finalmente concluyó:

– Por eso necesito encontrar cosas que sean originarias de esta tierra para decorar la portada.

Al artesano le tomó mucho tiempo contestar a las miles de preguntas que atolondradamente surgían de las simpáticas Marías. Una vez enteradas de la historia, pensaron cómo podían ayudarlo.

– ¿Por qué no te llevas a la Cruz del Sur? –sugirió la primera María.

– ¿La Cruz del Sur? –preguntó Luis algo sorprendido.

– ¡Por supuesto! –dijo la María del medio-. La Cruz del Sur era una constelación muy importante en su época. ¡Lástima que ahora esté de capa caída!

– ¿Y por qué? –preguntó Luis con mucha curiosidad.

– Pues verás –continuó la tercera estrella–, los primeros marinos que pusieron sus barcos sobre las aguas del hemisferio sur se guiaban a través de la Cruz del Sur. Es una constelación de cuatro estrellas...

– Y dos de ellas, Alfa y Beta, dicen que eran tan brillantes y atractivas... –suspiró la María del medio– que muchas estrellas se derretían de fuego por ellas.

– ¡No interrumpas María! –la regañó la tercera estrella, y continuó con su explicación–. Los navegantes miraban hacia el firmamento, ubicaban la Cruz del Sur y sabían perfectamente el rumbo que debían seguir sus barcos...

– ...hasta que un buen día unos hombres muy estudiosos descubrieron las brujas de orientación –intervino la María del centro.

– ¡Las brújulas! – gritaron a coro la primera y tercera Marías.

– Desde entonces los hombres ya podían orientarse a través de los instrumentos de navegación y la Cruz del Sur dejó de ser importante. ¡El mundo la ha echado al olvido! –dijo la tercera estrella con tristeza.

Estaban Luis y las estrellas en gran conversación sobre la importante constelación del sur, cuando de repente una extraña imagen apareció en el cielo. Tres soles, uno al lado del otro, y dos lunas a los costados se pusieron a brillar intensamente sobre un círculo de color blanco. Los soles y las lunas iban adoptando un tono cada vez más rojizo que poco a poco iba convirtiéndose en sangre. 

Luego, Luis sintió un zumbido ensordecedor acompañado de una luz muy brillante que pasaba rasante sobre la cabeza de Jahuira que, acurrucado en su manta, todavía dormía profundamente. Era un cometa de fuego ardiente con la cabeza y la cola muy crespas, que también parecía hecho de sangre. Se acomodó al lado derecho de los tres soles y las dos lunas cambiando el tono oscuro del firmamento por un cielo rojo resplandeciente.

Jahuira despertó por el ruido y el resplandor y se levantó más que de prisa tratando de explicarse qué era lo que había pasado. Las estrellas habían enmudecido y en lugar de titilar alegremente parecían temblar como hojas sopladas por el huracán.

– ¡Aaa–ucca, aucca! –tartamudeó la primera estrella.

– “Aucca” significa que ha llegado el gran señor, el que es visible e invisible a la vez –continuó la tercera estrella.

– Cuando los soles y las lunas botan sangre y el cometa está presente es señal de un mal presagio –dijo la María del medio.

Apenas había terminado la estrella de decir la última palabra, un rayo ardiente se desprendió del cometa pasando a centímetros de las caras de Luis y Jahuira, quienes al sentir el calor del fuego quedaron totalmente paralizados. En ese instante el cometa se derritió y surgió la imagen de un gigante que cabalgaba sobre una nube blanca; parecía como si flotara en el negro firmamento. Su cuerpo era macizo y de color cobrizo, el rostro tenía facciones muy duras, nariz aquileña y ojos muy negros. El cabello oscuro caía a raudales sobre sus hombros y en ambas manos sujetaba al menos una docena de rayos ardiendo. Era Illapa, dios del rayo, dueño y señor del cielo.

– ¿Quién se ha atrevido a ingresar en mis dominios?  –gritó con voz ronca y potente–. ¿Quién ha sido el intruso?

El artesano y su aprendiz no podían moverse. Se sentían como dos granos de arena delante del inmenso mar. ¡Estaban petrificados!

– ¿Así que buscan algo original? –dijo el gigante en tono irónico–. Original, original, muy original ¿No es cierto? Aquí todo es original –repitió elevando el tono de voz cada vez más–. ¿Al parecer les gustaría algo muy andino? Déjenme ver... –continuó algo pensativo–. Podría darles a las tres Marías o incluso a la Cruz del Sur; pero da la casualidad de que yo no presto, ni regalo, ni dono, ni obsequio, ni alquilo, lo que hay en mi cielo. ¿Está claro? No me interesa negociar con ustedes ni siquiera un parpadeo de mis estrellas, par de mequetrefes. Por lo tanto, FUEEERA!!!

El gigante dio tal vozarrón que Luis y Jahuira tuvieron que sujetarse de unas rocas para no caer al vacío. Así y todo rodaron por la ladera hasta aparecer delante de una cueva, mientras los rayos de fuego lanzados por el dueño del cielo se clavaban detrás de ellos como flechas envenenadas. Los dos amigos empezaron a correr como gacelas y con el último suspiro, más un nudo en la garganta, lograron llegar hasta el final de la cueva donde ambos dejaron caer sus cuerpos exhaustos.

¿Qué ocurre? ¿qué sucede?
    ¡Ni descansar ya se puede!
    A mí, que dormía plácidamente,
    se me despierta tan torpemente


–dijo una voz que no tenía cuerpo, forma ni color.

Luis y Jahuira no veían nada. Sólo sentían una brisa fría que recorría sus cuerpos cansados.

¿Así que eres tú, Illapa? – volvió a decir la voz–
   ¿Es que acaso no entiendes?
   ¿O es eso lo que pretendes?
   Perturbar mi paz y mi sueño
    como si fueras mi dueño.


La brisa se convirtió en un viento frío que salía de la caverna casi como un torbellino. Era Aahuacasa, el dios del viento, que no soportaba que interrumpieran su descanso. Illapa, el dios del rayo, contestó:

– Sabes, Aahuacasa, esos dos intrusos se han atrevido a usurpar mi cielo. ¡Quieren robar mis estrellas! y como comprenderás yo no lo voy a permitir.

– ¿Intruso? –preguntó el dios del viento llevando su brisa de un lado al otro como si buscara algo–

     ¿Cuál intruso?
     ¿Me estás hablando de algún abuso?


Luis y Jahuira apenas se animaron a sacar la nariz fuera de la cueva. Estaban muertos de miedo en medio del diálogo que sostenían los dos dioses. Después de una larga charla, Aahuacasa, que parecía haberse empapado del problema, trataba de calmar las duras amenazas del dios del rayo.

– Escucha Illapa:

Estos mortales han venido
a pedirte una estrella,
y van a poner como adorno
sin duda a la más bella.
Tú tienes millones.
Si hasta he visto
que las guardas en cajones.
Ni siquiera su inventario
has podido terminar,
¿qué te cuesta a una de ellas
a los hombres regalar?
Una más, una menos...
el cielo no va a cambiar.


– Una más o una menos significa muchísimo. ¿Te olvidas que son todas mías? Es mi cielo y mi noche, son mis planetas y mis estrellas, mis rayos y mis truenos; por lo tanto, yo decido sobre todos ellos. Y deja de molestarme viejo decrépito. Será mejor que te ocupes de soplar que yo me ocupo de poner orden en el cielo.

– Me molestan
    tu testarudez y egoísmo.
    Un millón o un millón uno,
   ¿no es acaso lo mismo?

–dijo el viento furibundo. Dio su brisa media vuelta y entró de un soplo a la cueva

El artesano entró de puntas hasta el centro de la cueva y comentó para sí mismo:

– Cuando el viento sople a tu favor... aprovéchalo

Luego, se le acercó al viento y le susurró algo dentro de su invisible y helada oreja. Inmediatamente después, empezó a dar órdenes a Jahuira que correteaba de un lado a otro para obedecer con premura.

– ¡Saca de la bolsa de las ideas alguna idea creativa! –gritó el artesano.

Jahuira dio vuelta la bolsa, la sacudió y meneó con fuerza hasta que saltaron unos pinceles, una paleta y unos cuantos óleos.

– ¡Eso es! –dijo Luis–. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Pásame una hoja de papel fino y una tabla que me sirva de apoyo.

El hábil artesano hizo un extraordinario dibujo nada menos ni nada más que de cuatro preciosas estrellas. Y con la ayuda del aprendiz, que mezclaba los colores con tino y perfección, les puso color y unos matices tan maravillosos que sólo les faltaba titilar para parecer verdaderas. Jahuira arrancó las estrellas del papel y con mucho cuidado colocó a cada una en la punta de cuatro flechas que también habían caído de la bolsa mágica. ¡Las ideas que traía ese pedazo de cuero eran maravillosas, parecían interminables!

– No te olvides, Jahuira. Cuando yo te dé la orden entras en acción con el arco y la flecha.

Subió Luis sobre Aahuacasa y el viento salió potente de la cueva con dirección al firmamento. En cuanto Illapa los vio, lanzó una lluvia de rayos de fuego que hizo tambalear la dirección del viento. Aahuacasa volvió a la carga soplando con tanta fuerza que apagó todos los rayos que Illapa sostenía en la mano. Cuando el dueño del cielo vio los rayos apagados y convertidos en ceniza, la ira se apoderó de él. Bajó de su nube y se lanzó torpemente sobre el dios del viento causando un enorme estruendo. El viento se escabulló por debajo del cuerpo de Illapa dejando al enorme dios tendido y maltrecho. 

– ¿Y así será que suenan los truenos? –comentó Jahuira para sí mismo–. ¿Dioses peleando en el cielo? ¡Qué divertido!

Cuando Illapa se restableció de tan tremendo golpe, empezó a recorrer sus dominios de un extremo al otro. Iba furioso buscando a los invasores. Lanzaba rayos a diestra y siniestra abriéndose paso entre las estrellas con fuertes empujones. Más de una cayó al vacío dejando un espacio oscuro en el firmamento.

En el momento en que más atareado se encontraba Illapa enviando rayos de fuego sobre Aahuacasa, Luis aprovechó para acercarse a la Cruz del Sur. Con la rapidez de un relámpago recogió las cuatro estrellas de la constelación y bajando el brazo con fuerza le dio la orden a Jahuira de atacar. El indígena, obediente a su maestro, se puso de rodillas, sacó su arco y las cuatro flechas con las estrellas que su maestro había pintado, afinó la puntería y disparó con la certeza de un profesional. Las flechas de Jahuira se clavaron una a una en el firmamento dejando pegadas, sobre los cuatro espacios vacíos, las estrellas que tan prolijamente había dibujado Luis Niño. Nada se había perdido en el cielo, al menos eso parecía.

El artesano se descolgó por el viento, guardó rápidamente las estrellas en su saco de arpillera y agradeció a Aahuacasa por haberlos ayudado a conseguir tan linda decoración para la portada.

– ¡Buena suerte Luis! –exclamó el viento–.
     
      Eres valiente como poca gente.
      Busca y encontrarás.
      No te desesperes y verás,
      como la paciencia y el coraje
      te compensarán durante el viaje.


– ¡Esperen, esperen! –gritaban unas vocecitas desde el cielo.

Las tres Marías, muy agitadas por la prisa que llevaban, se acercaron a Luis y a Jahuira para alcanzarles un trozo frío de luna y otro pedazo caliente de sol.

– Es para que las estrellas no extrañen mucho el cielo –explicó la primera María.

– Se pondrán muy contentas de tener al sol y a la luna tan cerca –replicó la del medio.

– No te olvides, Luis, que debes poner al sol a la izquierda y a la luna a la derecha –recomendó la tercera.

–¡Buen viaje! –dijeron las tres juntas a tiempo que regresaban a ocupar su lugar en el cielo.

Luis y Jahuira bajaron del volcán a toda prisa. Uno cargaba la bolsa de las ideas y el otro, el viejo saco de arpillera. Detrás de ellos un resplandor maravilloso iluminaba el largo y angosto sendero; era luz de estrellas. Al llegar donde habían dejado sus mulas, cargaron sus cosas y se fueron en busca de una nueva decoración para la portada.