A la manera de un libro álbum, este cuento tiene guardas al inicio y al final. En la guarda del inicio vemos elementos típicos del Altiplano: llamas, una niña aymara, retazos de aguayo, hojas de coca y nubes, todos los objetos colocados en distintas posiciones sobre un fondo verde claro. La guarda final, en cambio, tiene un fondo azul morado con varias estrellas sobre el firmamento. Se retoman algunos de los elementos de la guarda inicial, las llamas y las hojas de coca; sin embargo, la niña campesina y los retazos de aguayo ya no están. En su lugar, hay componentes de la ciudad: un bebé de tez muy blanca y chupón, casas y edificios. Por lo tanto, la primera guarda nos anuncia una historia llena de luz que se desarrolla en el Altiplano, que posiblemente emana alegría. Mientras que la guarda del final nos dice que el relato termina en la ciudad con elementos del campo que se han insertado en la urbe. El día y la noche en ambas guardas dan a entender el sentir del inicio y del final de la historia.
El relato comienza en un amanecer, cuando todavía se pueden observar las estrellas en el cielo. Claudina es una niña aymara que vive con su abuela. Su obligación, como la de todos los niños de su edad, es llevar a las llamas o a las ovejas que pertenecen a la familia a pastar. En el caso de Claudina, es una recua de llamas, todas marcadas con pompones de colores en las orejas que las distinguen de los animales de otras familias.
La niña solo conoce el Altiplano: su campo, la paja brava que cubre el suelo y el gran azul del cielo. Ama a su abuela y a sus llamas. La mayor de todas se llama Totora, igual que los juncos que crecen alrededor del lago Titicaca.
La abuela ya no puede hacer mucho. Se sienta sobre “un aguayo multicolor, antiguo como sus arrugas, duro como su piel… acullica la hoja verde”. Llama la atención en esta parte de la historia que se haga referencia a los dientes de la abuela, pues el texto se refiere a ellos como “¿Serán esmeraldas? ¿Acaso gusanos?”. Las personas que acullican coca durante toda su vida tienen los dientes de color verde, pero al mismo tiempo muy destrozados. ¿Se refiere a ese detalle? ¿O tal vez a la cercanía de la muerte? No lo sé. ¿No hubiera sido mejor referirse a la sabiduría de la abuela? ¿A su voz de sabor y aroma a coca?
La anciana le recomienda a Claudina que no descuide a Totora, pues es tan vieja como ella. Así, todos los días la niña lleva a las llamas a pastar, pero llega el día temido. El hombre de la ciudad, el que no habla aymara, tiene un trabajo para Claudina. Lo que siempre pasa. A la niña campesina, al igual que en la obra de teatro de Díaz Villamil, “Retamita”, uno de los patrones la requiere como niñera. Las niñas no quieren ir; Claudina extrañará a su abuela y a sus llamas, Retamita extrañará a su hermano Pascual y a su oveja. Pero la voz del patrón es más fuerte y las niñas del campo tienen que ir a la ciudad “dejando tus llamas, tu cielo y tus pajas bravas”.
Claudina aprende a hacer de todo bajo las órdenes de la patrona “limpia aquí, mueve allá, cuida a la wawa”, pero aprende mucho más. Además, las niñas se encariñan con las wawas que cuidan convirtiéndose en segundas madres. Este bebé, con sus olores y su ternura, hace que Claudina recuerde a Totora… y aunque Claudina quiera regresar a su tierra, su destino ya está definido por esa fuerza silenciosa que empuja del campo inerte a la ciudad latente.
Es muy significativa la complicidad del narrador con el personaje principal. Se trata de un narrador en segunda persona que le habla a Claudina de “tú”, como si la conociera… En realidad no la conoce, pero sí sabe perfectamente el argumento de este relato que se ha repetido tantas veces. Sin muchas palabras y de una manera sencilla, Linares ha plasmado en Claudina la historia que, estoy segura, muchos de nuestros niños ignoran: la de aquellas niñas aymaras que migran del campo a la ciudad, abandonando a su familia y a lo que más quieren, forzadas por las circunstancias en las que viven sus familias. Claudina, entre el cielo y la paja brava es la oportunidad de aplicar la empatía entre niños y niñas que comparten un mismo país.
Las ilustraciones fueron realizadas por Roswitha Grisi-Huber y acompañan a cada página de texto complementando al mismo. La ilustradora aplica una técnica de collage en la que utiliza papeles en gradaciones de color, lo que hace que los objetos representados tengan distintas tonalidades. Los dibujos son limpios, aunque a veces los colores son demasiado brillantes para un Altiplano árido y gris como el nuestro. Los objetos recortados resaltan del fondo en primer plano como si estuvieran en alto relieve y listos para ser tomados por las manos del lector. Un trabajo artístico de buena ejecución para este lindo relato.
Al finalizar la historia hay un pequeño glosario de diez palabras en su mayoría correspondientes a la lengua aymara.
Autor: Isabel Mesa Gisbert
Publicación: Boletín Vuelan vuelan No. 152. Septiembre-Octubre, 2024