César Herrera es uno de los autores bolivianos con más escritos dedicados a los jóvenes en el país. Y eso debe alegrarnos, porque la escritura juvenil es una de las más difíciles de lograr, aunque a César eso no parece preocuparle pues su trayectoria literaria en Bolivia está llena de premios y reconocimientos. Sin duda, es un autor de una gran calidad literaria.
Una de las características de su literatura ha sido el uso del suspenso y el acercamiento a la muerte, elementos que están presentes en toda su obra; además, de una gran influencia en sus últimas novelas de componentes de la cultura mexicana.
Hoy, nos regala una nueva historia –“El callejón de los alebrijes”–, que tiene los tres elementos que acabo de nombrar. Y para quienes no saben lo que son los alebrijes, debo decirles que estos son seres imaginarios conformados por una combinación de varios animales, no solo fantásticos sino también reales, que forman un ser fabuloso. Estos alebrijes fueron creados a principios del siglo XX por un artesano mexicano, Don Pedro Linares, quien, según cuentan, en un sueño encontró a estos seres imaginarios en medio de un bosque en el cual se supone que él no debía estar porque ese lugar tenía relación con la muerte. Una vez que Don Pedro despertó, se dedicó a hacer alebrijes en su taller de artesano, y estos se convirtieron en una tradición popular que destaca en México sobre todo en el día de los muertos.
Volviendo a nuestra historia, esta comienza con la aparición de un muchacho muy cerca de la plaza principal de ciudad de México, el Zócalo. Está apurado, como si quisiera encontrar a alguien. Cruza la plaza y se adentra en una callejuela denominada “El callejón de la muertería”. Allí vive Don Espiridón Sepúlveda cuyo negocio es el de una funeraria. La gente no lo quiere mucho, es un hombre duro y concreto. Los ataúdes no se prestan ni salen de la tienda porque la superstición dice que si entra un ataúd en una casa, en seguida muere otra persona de la familia. Para el viejo de la funeraria la muerte es algo natural y conversando con el muchacho que lo visita le dice:
"Me gustaría demostrarles de alguna manera que la muerte no existe, solo es un cambio así como te cambias de ropa".
Toda la gente comenta que desde que había conocido a Don Espiridón, él ya era un anciano; que no sabían desde cuando vivía en esa casa del callejón ni qué edad tenía. Quizá llevaba más de cien años allí con ese mismo aspecto. El viejo no decía nada, ni negaba ni afirmaba aquellas historias. Sin embargo, él ya tenía listo su ataúd para que nadie se molestara el día en el que él debía irse.
Mientras tanto, aquel muchacho se queda de alojado en la casa de Espiridón. Por las noches siente que lo rodean los alebrijes, que lo visitan constantemente, recordándole que él ha regresado con una misión. Los alebrijes están allí para cuidarlo, guiarlo y apoyarlo en lo que le toca hacer. Pero ¿qué le toca hacer?
El argumento del cuento va en relación con este muchacho y la misión que le han encomendado, un encargo que tiene que ver con la muerte: recorrer la vida pasada, dejar la vida más o menos en orden y vencer los obstáculos que supone ese paso trascendental de la vida a la muerte. Es un camino en el que el tiempo no existe, en el que las ciudades se transparentan y se pueden ver las construcciones antiguas debajo de las nuevas, en el que algunos se quedan atrapados en la neblina o se dejan llevar al abismo arrastrados por las oscuras sombras.
El callejón de los alebrijes es un cuento que celebra la muerte, así como en Bolivia y México recordamos a los muertos a principios de noviembre con una fiesta, con una invitación, con comida, con bebida, con fotos, con flores. El autor, tampoco deja de lado las supersticiones y tradiciones mexicanas que giran alrededor del día de los muertos.
Un narrador en primera persona, que es el muchacho que visita a Don Espiridón Sepúlveda, hace un relato corto y sencillo que invita al lector a recorrer el camino entre la vida y la muerte; el de la tradición mexicana. Me recuerda a la película Coco en la que ese paso hacia la muerte es colorido y hasta divertido; así también este cuento me trae a la memoria el libro del cubano Luis Cabrera ¿Y dónde está la Princesa?, otro bello relato juvenil sobre la muerte.
Muy lindas las ilustraciones en tonos pastel “fruto de un proyecto didáctico en el que niñas y niños de las escuelas República de México, con presencia en cuatro departamentos de Bolivia, fueron invitados a ilustrar sus páginas con la intención de fortalecer las referencias identitarias entre dos países con singulares coincidencias históricas y sociológicas”.
Bienvenido este cuento al estante de la literatura juvenil boliviana.
Autor: Isabel Mesa Gisbert
Publicación: Presentación del Libro en la 28a Feria Internacional del Libro de La Paz