MIEDOS Y ESPANTOS

MIEDOS Y ESPANTOS

Víctor Montoya

autor boliviano residente en Suecia

Publicado en Fondo Negro de "La Prensa" 4/11/2007

El libro Misteria pavoria. Cuentos de terro, de Velia Calvimontes Salinas (Cochabamba, 1935)., publicado por la editorial colombiana Panamericana e ilustrado por Luz Stella Rodríguez, es una verdadera cajita de sorpresas. Se trata de una obra compuesta por cinco cuentos de espantos y aparecidos, reunidos bajo un título sugestivo que atrapa de inmediato la atención del lector. La narrativa de Velia Calvimontes, avalada por un estilo limpio de ripios, hace gala de un lenguaje sencillo y ofrece una lectura amena a los lectores de todas las edades.Los cuentos, que destacan por el buen manejo del hilo discursivo, nos relatan las historias de muertos, almas en pena y personajes del mundo 
esotérico, poniendo en boca de sus personajes palabras apropiadas y recreando situaciones sobrecogedoras, como en los cuentos A dedo y El fraile 
encapuchado. Los relatos más tétricos discurren en ámbitos insólitos, que van desde un cementerio hasta el patio trasero de una casona de antaño. No faltan los gallos y caballos, el tañido de la campana, el llanto de los difuntos, el lamento de los condenados, el viento y la tormenta, que son también personajes secundarios. Todo esto recuerda a esos seres que estando muertos, según la tradición y creencia popular, retornan al reino de los 
vivos para vengarse de sus enemigos y ajustar cuentas con sus deudores. Son cuentos de la más pura tradición oral que los niños bolivianos, hasta el día 
de hoy, se siguen contando sentados en un ruedo y bajo el resplandor de la luna. Así ocurría en las tabernas coloniales, donde se daban cita truhanes y 
cuenteros, músicos y ciudadanos de vida alegre, en afán de confabular los sucesos más inverosímiles que imaginarse pueda. Los parroquianos, blandiendo el verbo cual espada de doble filo, abordaban temas de miedo y espanto, con una imaginación desbordante y acaso proclive a las supersticiones. Muchos de esos relatos llegaron con los colonizadores que se asentaron en la Villa Imperial de Potosí, una vez descubiertos los ricos yacimientos de plata. De 
ahí que Velia Calvimontes, en su cuento Un aullido en el cementerio, 
ambientando en el siglo XVII, nos recuerda que las naves llegadas de allende 
los mares, además de traer noticias del Viejo Mundo, venían cargadas de historias que fascinaban a propios y extraños.
Las consejas coloniales, atravesadas por personaje que aparecían y 
desaparecían de un modo misterioso y sin ninguna explicación lógica, se 
mezclaban con la chismografía sobre la vida privada de los habitantes de las 
urbes, sobre todo, de las familias consideradas poderosas, donde 
aparentemente sucedían hechos increíbles y macabros, como ocurre en Un 
aullido en el cementerio, cuyo argumento gira en torno a un hombre que, 
siendo en vida rico pero avaro, se condena a poco de ser sepultado. Las 
beatas dicen que se trata de un castigo por haberle negado al cura una 
contribución para reparar la campana de la iglesia. Los vecinos saben 
también que los aullidos lastimeros son de don Crisanto, quien, presa de su 
avaricia, no encuentra paz en su tumba. Mientras esto se comenta de boca en 
boca, los jóvenes parroquianos, reunidos en la taberna y en plan de desafío, 
hacen apuestas por quien se atreva a entrar en el cementerio a medianoche y, 
en señal de su valentía, dejar un puñal sobre la tumba de don Crisanto; un 
reto que no pocos rechazan atravesado por un temor que les recorre el 
espinazo. Sin embargo, como en todo cuento bien contado, no falta uno que, luciendo espada al cinto y aspecto de valiente mancebo, se atreve a probar 
su bravura. Entra en el camposanto, se acerca a la tumba de don Crisanto y, 
en el justo instante en que va a clavar el puñal en el lugar preciso, se le 
aparece el muerto envuelto en un manto oscuro. El mancebo se lleva tal susto 
que cae fulminado por un ataque al corazón. A la mañana siguiente, sus ¨amigos que apostaron por él, lo encuentran con el rostro ensangrentado y sin 
un hálito de vida.
En el cuento Las tres vueltas del gallo, escrito con un halo de misterio y contextualizado en una casona colonial de la ciudad de Sucre, nos transporta 
al mundo fascinante de Eliza, la joven protagonista, quien cuida de sus hermanas menores hasta altas horas de la noche, mientras su madre trabaja 
como empleada doméstica. Eliza, luego de acostar a sus hermanas, se reúne con un grupo de amigas que se transmiten cuentos de espanto y aparecidos. 
Una de esas noches, al retornar a su hogar, cruza ante su mirada atónica un gallo de alas desplegadas. El animal se acerca a una tapia y, dando tres 
vueltas, escarba la tierra. Luego desaparece con el mismo misterio con el 
que aparece. Eliza le relata a su madre lo acaecido, pero ésta guarda 
silencio y espera la mejor oportunidad para cerciorarse personalmente del 
hecho, hasta que llega la festividad de la Virgen de Guadalupe. Entonces, en 
tanto el pueblo asiste a la celebración, madre e hija deciden revelar el 
misterio que representa el gallo y, justo allí donde éste escarbaba la 
tierra, encuentran enterrada una petaca de cuero que contiene joyas y 
monedas de oro y de plata.
En El fraile encapuchado, donde el suspenso y la curiosidad se apoderan del 
lector, se recrea un suceso que se arrastra desde la época colonial en 
Potosí, donde años más tarde, en el patio de una escuela, Elvira avista a un 
fraile con el rostro cubierto por la capucha de su hábito. La protagonista, 
como suele suceder en las historias de aparecidos, se queda helada y con el 
grito atascado en la garganta. No obstante, y sin salir de su asombro ante 
tal aparición, guarda el secreto por un tiempo. No se lo cuenta al cura de 
la parroquia ni a su marido. Primero decide comprobar que la aparición del 
fantasma no es una aberración de su mente sino un caso real. Para 
comprobarlo, un día arroja una piedra contra el hábito del fraile; la piedra 
atraviesa la vestidura y deja un impacto en la pared a modo de señal. Sólo 
entonces Elvira decide revelarle el secreto a su marido, quien, a pesar del 
miedo que se le mete entre pecho y espalda, no tiene más remedio que 
ayudarle a descifrar el misterio de aquella extraña aparición.
Una noche acuden al lugar donde el fraile hacia acto de presencia. Abren a 
fuerza de pico un boquete en la pared de adobe, se deslizan por él y, apenas 
iluminados por la luz mortecina de la luna, distinguen a sus pies una 
entrada que conduce hacia un sótano. Para continuar su pesquisa, se arman de 
velas y mecheros. Una vez en el fondo del sótano, quedan deslumbrados ante 
una abundante riqueza junto a "una docena de ropajes de altos prelados de la 
iglesia cubiertos de pedrería". Durante tres largas noches, Elvira y su 
marido acarrean a su casa el tesoro escondido, y, una vez convertidos en 
ciudadanos prósperos, abandonan Potosí para disfrutar de su fortuna en una 
ciudad valluna. Hasta aquí, todo parece tener un final feliz como en los 
clásicos cuentos de hadas, pero no, en El fraile encapuchado los sueños se 
tornan en pesadillas; primero se desvanece la dicha en la familia de la 
pareja, y después Elvira, la protagonista principal, acaba enloquecida por 
haber visto y tocado lo que no debía.
En La muerte azul, inspirado en un acápite del libro Exploración Fawcett, 
del explorador inglés Robert Fawcett, nos arrima a finales del siglo XIX y 
al peligroso trayecto entre La Paz y los Yungas; un recorrido que los 
aventureros, arrieros y errantes hacían a lomo de bestias. En este 
territorio, cubierto de niebla, precipitaciones y vegetación exuberante, el 
protagonismo recae en un jinete buscador de fortunas, quien, en procura de 
pasar la noche, pide hospedaje en un aposento. El posadero le niega 
arguyendo que todos los cuartos están ocupados, mas el forastero, pistola al 
cinto y sin darse por vencido, solicita el último que queda, justo aquel 
donde todo quien entra no sale con vida. Aquí valga destacar que la sola 
descripción del cuarto, como en las historias de crímenes y terror, 
constituye un excelente recurso literario que le permite al lector ubicarse 
en un contexto escalofriante.
Entrada la noche, y mientras afuera la tormenta ruge como bestia herida, en 
el cuarto de la muerte, donde descansa el forastero, se oye el estampido de 
un disparo. El dueño de la posada, que apenas alcanzó a cerrar los ojos, 
salta de la cama y se dirige al temible lugar, donde el forastero sigue con vida, aunque visiblemente pálido. Ante semejante realidad, el posadero no se 
lo puede creer, pero el protagonista del cuento se encarga de explicarle que estando en la cama, todavía despierto, vio que por el orificio del cielo 
raso descendía una gigantesca tarántula, que era la causante de las muertes que se producían en ese cuarto, donde todos aparecían al nacer el día con la 
cara y el cuello azules.
 Misteria pavoria : cuentos de terror (2005) es una obra breve que tiene la 
propiedad de suspender al lector en el terror de la imaginación, con 
narraciones que descubren un mundo de misterios y se sumergen en el 
subconsciente colectivo, lejos del maniqueísmo didáctico y las normas de 
moralización, tan propias en la mayoría de los libros destinados a los 
jóvenes y niños.

Autor: Víctor Montoya

Publicación: Suplemento Fondo Negro de "La Prensa" 4/11/2007