Aprender la belleza
Mercedes Franco
Escritora venezolana
Bajo el signo de tan difícil interrogante nos hemos reunido aquí en Valencia, autores, docentes, lectores y todos aquellos que nos sentimos atraídos por este género literario, concitados por el notable poder de convocatoria de Laura Antillano, virtuosa de la Literatura infantil y juvenil. Virtuosa, porque si la palabra es instrumento, capaz de ejecutar la melodía del pensamiento, quien sepa pulsar este cordaje, interpretar ese instrumento con brillo y armonía, bien puede llamarse virtuoso, como los mejores concertistas de violín, piano o guitarra.
Este en sí es un ejemplo de cómo se escribe literatura infantil: se escribe tocando con sutileza y excelencia ese maravilloso instrumento que es la palabra, con la finalidad de transmitir a los lectores la belleza.
Muchos han insistido en ver la literatura infantil como una forma de ejercer la pedagogía. Nada más reñido con la literatura, con cualquier género literario, que la pedagogía. El mejor mensaje que podemos transmitir a los niños es la belleza. Si aprenden a apreciar la belleza del lenguaje, y además la belleza del mundo, en un texto que logre expresarla, podemos darnos por satisfechos.
La literatura, bien sea infantil, juvenil o para adultos, no puede tener una intencionalidad. Así como resultaría falsa y hasta ridícula una novela escrita para mujeres, o un cuento escrito para hombres, resulta falso escribir “para” los niños. Lo ideal más bien, si es que nos inspira el mundo infantil y deseamos escribir para este sector del público lector, es escribir “desde” la infancia. Restablecer el hilo perdido, ese hilo que nos ataba a las cosas puras, bellas y mágicas de la infancia. Si nos atrevemos, tendremos que echar mano de los sabores perdidos, recobrar la intensidad de la dulzura. También es preciso rescatar los olores de la mañana y de la lluvia, salir al paso de aquellos sonidos que hoy no escuchamos: el diálogo de los cristofués con los tordos, el paso suave y firme de los perros. Habría que retomar el calor escurridizo de la arena, la alegre picazón de la hierba en las piernas. ¡Ah! Y no estaría de más volver a reparar en imágenes que creíamos perdidas: las formas que asumen las nubes en días veraniegos, la misteriosa mirada de los cangrejos.
Si queremos transmitir un “mensaje” a los niños procuremos escribir desde la infancia, no “para” ella. Y el mejor mensaje que podemos transmitir a los niños es recordarles donde está la belleza.
Los libros que los niños más aprecian y tienen un éxito intemporal, son los libros escritos sin intencionalidad, sin estar “dirigidos” a ningún tipo de público: Las Mil y una Noches, Las Aventuras de Tom Sawyer, Moby Dick, Los viajes de Gulliver, las Leyendas de los Hermanos Grimm. Estos libros presentan al niño y a quien los lea, una compleja pero diáfana visión del mundo y sus personajes, con un lenguaje transparente, hermoso, sutil.
Y algo muy importante, que tal vez pasábamos por alto: son libros que despiertan la imaginación. Cuando un texto logra estimular la fantasía, detonar el vuelo del espíritu, motivar los sueños, el lector es cautivado, se produce el hechizo, la magia de la escritura, se da la perfecta interacción entre el lector, de cualquier edad, y el libro.
¿Cómo no se escribe para niños?
Lamentablemente, con el auge de la literatura infantil y la proliferación de buenos textos en el mercado, mucha gente desea escribir para niños y cree sinceramente poder hacerlo. Un diminutivo aquí, otro más allá, y un chorro de tonterías que baja y se pierde. No. Eso no es literatura infantil.
La literatura infantil no es un texto donde los personajes sean niños. No basta con rememorar como era de traviesa nuestra hermana, ni las aventuras de nuestro tío cuando éramos niños. Tampoco basta con recurrir al ambiente escolar, a los amiguitos, y contar cuentos sonsos de perritos, ni luceritos.
Si me fuese dado señalar las fallas de textos que pretenden aspirar a los lectores tan exigentes como los niños, la lista sería muy larga. Pero el principal vicio a evitar es la egolatría al escribir. Muchos autores creen que sus “aventuras” cuando eran niños, escritas insulsamente y sin brillo, bastan para constituir un texto infantil. Nada más lejos de la realidad. Nuestras memorias de niño, si no son emocionantes y para colmo no están escritas con brillantez, se convertirán en un texto fastidioso para los niños, aburrido, y aunque las maestras intenten que los alumnos lo lean, casi a la fuerza, jamás será el libro preferido de los pequeños lectores.
A este punto es necesario hablar de las dificultades de la escritura. Todo texto debe pasar, si desea ser un buen texto, por una primera escritura. Una primera escritura donde vertemos todo ese caudal imaginativo y creativo, que deseamos poner por escrito. Después, y este es un gran después, viene, amigos, una segunda escritura. Es en esta parte donde “pulimos” el texto. Y no es un trabajo de carpintería, como decía alguien por allí: es un trabajo de orfebre. Con muy buena vista y mucha sutileza debemos decantar el texto, sacar brillo, buscar reflejos y eliminar las impurezas. Esto parece algo obvio, pero es alarmante el número de escritores que no “limpian” ni decantan sus textos. Sorprendentemente, algunos llevan nueve libros al año a las editoriales, lo cual significa poco más de un mes para cada texto, cuando en realidad, el trabajo de escritura lleva como mínimo de seis meses a un año, sobre todo, si se trata de un libro para niños, donde debemos exigirnos más. En el afán por publicar, en esa carrera por darnos a conocer y acumular libros, lo que estamos dando a los niños son libros fastidiosos, opacos, que más bien lo alejan del hábito de la lectura.
¿Qué hacer si deseamos escribir libros para niños que puedan orientarlos, darles virtudes, mostrarles el camino correcto en la vida?
¿Cómo escribir ese tipo de textos? Esta última consideración va dirigida a los docentes, a las maestras y profesoras que quieren escribir para niños, transmitirles principios morales, educar por medio de la literatura.
Pues la única forma en que podrían hacerlo es a través de un texto mágico, hermoso, pleno, que logre atrapar al pequeño lector, que pueda despertar su sentido artístico, su sensibilidad, que lo tome de la mano y lo asome a ese mundo inigualable que es el mundo de los niños y que ellos saben reconocer. Hablemos a los niños en su propio idioma, el idioma de la fantasía, de la magia, de la belleza.
Es preciso plantearnos, colegas profesores y profesoras, si en verdad tenemos virtudes que enseñarles a los niños, sino será más bien al revés. Los niños son de por si puros, auténticos, solidarios, no conocen la traición, la codicia. ¿Qué podemos enseñarles? Aprendamos de ellos ese sentido de pureza y espontaneidad, y seamos auténticos, escribamos para nosotros mismos, es decir, para ese niño que tenemos por dentro. Escribamos esos textos que hubiésemos querido leer cuando niños, esos textos hermosos, emocionantes, intensos, fantasiosos, de lenguaje pulcramente cuidado, dignos de lectores tan importantes y exigentes como son nuestros niños.
Autor: Mercedes Franco
Fecha: 30 Octubre, 2013