"EL NIÑO QUE DEJÓ DE SER NIÑO". UNA APROXIMACIÓN A LA NOVELA "LA ESFERA DE CRISTAL" DE ISABEL MESA

Al iniciar la lectura de La esfera de cristal recordé una frase de un personaje de algún texto que leí que decía más o menos así: “…todo niño muere: algunos porque dejan de vivir y otros porque dejan de ser niños”. La asociación fue inmediata cuando, al comienzo del relato, me encontré con el protagonista-narrador, Juan, insistiendo en negar ante su hermana menor la existencia de un “mundo de irrealidad y fantasía”. Así preguntará furibundo a su madre: “¿Hasta cuándo le vas a seguir la corriente? ¿Hasta que (mi hermana) tenga veinte años y Papa Noel la recoja en su trineo de la puerta de la universidad?” (Pág. 10)

De pronto miles de recuerdos y nostalgias habían despertado en mi memoria: mi infancia, los nacimientos armados año tras año en casa de los abuelos, las largas listas de pedidos a un Niño que no siempre te daba gusto en lo que le pedías y, poco a poco, la pérdida de las grandes ilusiones de esa infancia inundada de seres maravillosos… Confieso que la novela me sedujo en sus primeras páginas y de la mano de Juan, el niño que dejó de ser niño, me dejé conducir a través del libro: había establecido la convención necesaria para su lectura.

 

Gaston Bachelard, en su Poética de la Ensoñación (1982), nos habla de "la permanencia en el alma humana de un núcleo de infancia, una infancia inmóvil pero siempre viva, fuera de la historia, escondida a los demás, disfrazada de historia cuando la contamos, pero que sólo podrá ser real en los instantes de su existencia poética".
 
¿Cómo recuperar, entonces, ese estado del alma que es nuestra infancia?

 

 Toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo. Al re-imaginarla tendremos la suerte de volver a encontrarla en la propia vida de nuestras ensoñaciones de niño solitario. (Bachelard, 1982)

 Ahora, al escribir estas líneas, comparto plenamente con Bachelard cuando dice que

 (...) gracias a la poesía despertamos un estado de nueva infancia, una infancia que va más lejos que los recuerdos de nuestra infancia, como si el poeta nos hiciera terminar una infancia que no se realizó totalmente...

 Un despertar a una nueva infancia donde no sólo resurgieron los recuerdos de las navidades de infancia, de la familia por entonces numerosa, sino también la magia de las lecturas, la vivencia de los cuentos plagados de hadas maravillosas, brujas, castillos encantados y la convicción genuina de creer en esos mundos fantásticos. Por eso cuando el niño “muere” porque deja de ser niño, y su esfera de cristal se quiebra será

(…) el momento más triste de su vida, porque también abandona su infancia y entra en la temida adolescencia donde todo lo que guardó en la esfera, y que era su tesoro más preciado, ahora le parece ridículo, aburrido e infantil (Pág. 25)

Evitar que esas vivencias se “pierdan”, es tarea del ángel de la guarda que nos acompaña desde el momento en que nacemos, quien si bien no puede evitar que el niño –“su niño”– pase de la infancia a la adolescencia, sí tiene que precautelar que una vez que la esfera se quiebre, todos las piezas que la conformaban estén completas para que, el día de mañana, en algún momento, esas vivencias de infancia puedan retornar y sea posible recuperar las “ensoñaciones de niño solitario”; perder una pieza significará algo así como borrar el disco duro de la memoria, como enfrentarnos a la imposibilidad “de volver a encontrarla en la propia vida”.

Si bien en las anteriores publicaciones de Isabel Mesa encontrábamos una intención clara de acercar a niños y adolescentes al conocimiento de la cultura, de la historia, de la antropología sin caer necesariamente en un “ejercicio de rescate” histórico y/o cultural, la novela que hoy nos presenta es más bien un claro intento de rescatar y cuidar ese maravilloso mundo mágico que fue parte de nuestra niñez y, en ese sentido, no será su lectura “apta” exclusivamente para niños y jóvenes.

Sin contradecir lo afirmado anteriormente, La esfera de cristal es una novela dirigida a niños y jóvenes, lo cual no implica considerarlos solamente como destinatarios de la obra, sino más bien como receptores que encuentran respuestas a sus emociones y/o necesidades. Así mismo, bien podríamos decir que en la construcción de la historia narrativa se ha considerado esas características propias del “nuevo lector implícito” descrito por Teresa Colomer (1998):

(…) un lector propio de las sociedades actuales; integrado a una sociedad alfabetizada; familiarizado con los sistemas audiovisuales; que se incorpora a las corrientes literarias actuales y que aumenta en edad al ampliar gradualmente sus posibilidades de comprensión del mundo y del texto escrito.

 La novela de Isabel Mesa nos plantea rupturas con los modelos tradicionales: presenta una estructura narrativa compleja comenzando por el enfrentamiento entre narradores y seguida de un tiempo-espacio creado a partir de la lectura y la escritura, lugar imaginario que nos convierte en cómplices y actuantes del proceso de creación del sentido en y a través del texto. Así no será extraño encontrarnos de pronto caminando por Jerusalén, visitando la casa de José y María o presenciando la obra de teatro Auto de los Reyes Magos escrita en el siglo XII considerada la primera obra teatral castellana y española.

El “enfrentamiento” entre narradores estará cargado de humor y sentimiento. Queda claro que el “niño que dejó de ser niño” quiere contar SU historia, quiere establecer lo que piensa y, sobre todo, quiere creer en lo que cree sin aceptar ninguna interferencia. Sin embargo, desconcertará totalmente nuestra lectura cuando tras disculparse con sus lectores, el narrador-protagonista, verdadero narrador como se autodenomina empiece a llamar al otro “narrador”…

¡Narrador! ¡Narrador!

¿Qué pasa Juan? No necesitas gritar tanto para encontrarme.

¿Pero, ¿dónde estás?

¿Y dónde va a ser? Aquí arriba, sobre las páginas del libro, desde donde puedo verlo todo. (Pág. 76)

 ¿Cuál el motivo para que el narrador-protagonista busque a ese “otro” narrador invisible? El motivo es que mientras dormía, esa voz narrativa ha continuado contando “su” historia por lo que lo interpelará furioso:

 Entonces, ¿por qué entraste a esta historia que es la mía como si fueras un intruso? (Pag.77)

 A lo que el narrador argumentará…

…¿tú piensas que cuando estás durmiendo la vida deja de funcionar hasta que te despiertas?... Si ni siquiera te has dado cuenta, porque ¡NO CREES!, que mientras tú dormías tu esfera de cristal se ha roto en mil pedazos y los ángeles de la BIC investigan tu caso. ¿Cómo piensas que el lector puede enterarse de todo eso si tú no puedes contarlo? (Pág. 78)

 Ante esa situación el protagonista planteará un trato justo… El narrador de “tercera generación” intervendrá cuando él no pueda contar lo que pasa. Trato que el narrador aceptará gustoso:

 Me parece un trato justo –replicó la voz narrativa. Así tenemos un narrador en primera persona que eres tú (que no ve más allá de sus narices, aunque esto no le guste), y uno en tercera que soy yo (¡que soy el que lo sabe todo!). (Pág. 79)

 Al finalizar el relato, el enfrentamiento entre narradores será más duro… La voz narrativa de la tercera persona planteará su propio final de la historia preocupado por la desaparición de Juan y más preocupado aun por su “responsabilidad” ante los lectores porque ÉL no puede dejar una obra inconclusa si bien el protagonista insistirá en lamentarse por el final que le ha dado a SU historia.

Así, el final de la obra será como un abanico de posibilidades: uno el planteado por el narrador omnisciente, otros propuestos por los lectores en la medida en que, desde su propia visión, cada uno “re-imagine sus propias visiones de niño solitario”.

 

 

Referencias:

 

Bachelard, Gaston. (1982). La poética de la ensoñación. México: Fondo de Cultura Económica.

 Colomer, Teresa. (1998). La formación del lector literario, narrativa infantil y juvenil actual. Madrid: Fundación Hernán Ruipérez.

 

Autor: Margarita Behoteguy

Publicación: Suplemento "Ideas" de Página 7. 26/12/2010

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