EL VUELO DEL MURCIÉLAGO BARBA DE PÉTALO

EL VUELO DEL MURCIÉLAGO BARBA DE PÉTALO


Isabel Mesa
Agosto, 2009

Presentar a Carlos Vera Vargas no es hablar de cualquier autor de literatura infantil. No creo equivocarme al decir que su obra no se la conoce lo suficiente y, por lo tanto, su narrativa no ha sido valorada como corresponde. De las seis obras de literatura infantil y juvenil que ha escrito, tres tienen premios nacionales (Premio Nacional de Cuento Infantil del Centro Pedagógico y cultural Portales, 1982; Segundo Concurso Nacional de Literatura Infantil de la Reforma Educativa, 1998; y Premio Nacional de Novela Juvenil Santillana, 2009), y dos novelas fueron finalistas en los concursos de literatura infantil más importantes de Latinoamérica, el ENKA (1994) y el Fundalectura (2003), ambos de Colombia. Probablemente el único escritor de infantil-juvenil con reconocimientos tan importantes dentro y fuera del país; y eso tiene que decirnos algo.

Comencé a involucrarme en la obra de Carlos el año 2004 cuando me escondí dentro de El sombrero blanco del señor que no era mi tío y allí dentro conocí a Abril. Me entristeció saber que se había enterado de que era adoptada de la manera menos apropiada. Se lo habían dicho en la escuela mientras estaban en el recreo. Ella se había quedado callada y su corazón le sopló al oído que esas palabras tenían algo de malo y de raro. Así comenzó el rechazo hacia sus padres… pero qué emoción conocer al tío adoptivo Guillermo, quien además de involucrarla en la vida de la aerofotogrametría, también le enseñó que el amor es lo más importante en una familia. El año 2005 me animé a tocar la puerta de un caserón donde todos los vecinos afirmaban: Este patio es nuestro… donde multicolores cordeles se extendían por todo el espacio, y en ellos, movidas por un viento suave, secaban varias sábanas blancas, además de pantalones, camisas y otras prendas. Me recibieron al centro del patio Don Lucas, Doña Hortensia, Doña Violeta y Don Casiano, y un montón de niños que jugaban haciendo mucha bulla. Don Lucas me comentó que el dueño de casa necesitaba que la desalojaran, pero Doña Hortensia, muy segura de sí misma, respondió que nadie podía quitarles el patio porque los recuerdos nunca se derrumban. El 2008, me encontré perdida Entre ladrillos y perejiles compartiendo los recuerdos de infancia de Sapiantonio y Oliverio, cuando trabajaban en la ladrillera. Pude ver cómo formaban los ladrillos del barro, sentí el olor del barro cociéndose, también escuché el ruido que hacían los ladrillos cuando los acomodaban e imaginé el humo que salía de los hornos trepada sobre la rama de aquel molle que se encontraba en el centro del patio de la ladrillera.

Hoy me he topado con El vuelo del murciélago Barba de Pétalo y me he convertido en migrante. Siento el estremecimiento migratorio que padecen los murciélagos cuando tienen que ir de un lugar a otro. Pienso en todas aquellas personas que han tenido que dejar a sus familias. Pienso en Adriana y Mauri que todos los fines de semana hablan por teléfono con su padre, y pienso en la madre que se ha quedado junto a ellos esperando las remesas que llegan de Europa. Me imagino al inmigrante indocumentado que está lejos, el que sufre de fuertes dolores de cabeza porque no tiene trabajo ni los papeles en orden –porque si estuvieran en orden seguro que lo tratarían mejor–. Aquel que tiene que escurrirse de los que observan día y noche a extranjeros de baja ralea para atraparlos y deportarlos.

¿Sabe usted lo que es una analogía? me pregunta Ernestina saliendo a mi encuentro por una de las calles de la novela. Pronto me entero que es la sobrina del especialista en murciélagos y muy amiga de Mauri. Le respondo que una analogía es una semejanza. Entonces me explica que su tío Camilo también va detrás de los quirópteros, estudiándolos en todos sus movimientos. Que coloca redes para atraparlos y luego los observa, los pesa, los mide, les pone anillos de identificación, escribe todos los detalles en su cuaderno, les saca fotografías y después esa información de los murciélagos la archiva en su computadora. Luego me preguntó si sabía que los inmigrantes, perdón que los murciélagos, eran los más numerosos del mundo… son tantos, me dijo, que tocaba tener a dos murciélagos por cada habitante. Dato algo extraño, pensé.

Crucé la puerta de otro capítulo y me encontré con Xavi, el amigo de Mauri, un loco soñador que quería irse a toda costa a tocar el saxo. Pero él quiere ser un saxofonista de aquellos que van tocando por las calles esperando que la gente abra las ventanas para saludarlo y tirarle alguna moneda. Afirmó que quería ser como un murciélago migrante para ir por todo el mundo o, tal vez, como el flautista de Hamelín que solo por un día se llevaría de las grandes ciudades a las mujeres trabajadoras, a las que cuidan a los niños y ancianos, a los cocineros, a los cosechadores de naranjas, a los criadores de caracoles , a los limpiavidrios, a los mozos, a los plomeros, a los pintores… en fin a todos los que hacen los trabajos más duros y peor pagados. Se quedó callado y luego me comentó que estaba seguro que las ciudades quedarían vacías y que sus autoridades irían a buscarlo hasta el fin del mundo para que abriendo la montaña le devolviera a todos esos murciélagos, perdón una vez más, a toda esa gente que realiza el trabajo duro.

Continué caminando por la blancura de las hojas y atravesando la página 69 entré a la oficina de correos donde conocí a doña Bertrudiz, que con la lengua un poco trabada me contó que le tiene terror a los inmigr…, digo a los murciélagos. Me dijo que hasta su nombre huele a terrorismo puro… A esos descuidados, me dijo entre susurros, ¡sólo el cautiverio!

Salí por la contratapa un poco confundida. Sentí el vuelo rasante de muchos murciélagos buscando habitar en un lugar en alguna parte y escuché los gritos de los inmigrantes con migraña. Vi las naranjas que se les cayeron a los cosechadores desaparecidos de la gran ciudad por la magia de un saxo, y, cuando logré cerrar el libro me pareció escuchar el aleteo de algunos murciélagos que Doña Bertrudiz mantenía en cautiverio…

Después de este recorrido por la obra de Carlos Vera puedo concluir en que este autor es un innovador de la temática en la narrativa juvenil boliviana. Temas como la adopción, el oficio de ladrillero, la migración, la casa de vecindad, tan cercanos a nuestra realidad,  han sido tratados con la delicadeza pertinente a la comprensión de un lector adolescente que hoy busca en la literatura infantil algo más que lo tradicional. Con un lenguaje sencillo y directo es capaz de atrapar al joven sin el temor de incorporar conceptos científicos o técnicos porque, como pocos escritores de literatura infantil y juvenil, Vera comprende ese respeto por nuestros lectores que lo menos que quieren es que se los subestime. Trabajando una literatura moderna y logrando un gran desafío para el lector, la novela teje una trama coherente en una suerte de desorden de capítulos que parecen cuentos independientes que siguen dos relatos paralelos: la historia de Mauri y su familia, interrumpida semanalmente por las llamadas telefónicas del padre,  y la de Ernestina y el tío experto en murciélagos, interrumpida también por las entrevistas del periodista que da cobertura al estudio de los quirópteros.

El vuelo del murciélago Barba de Pétalo nos habla de un problema actual, latente en todos los países latinos. Un problema que los jóvenes deben conocer para entender la situación de los compañeros que se quedan y de los padres que sacrifican todo por conseguir una mejor calidad de vida que probablemente ellos nunca podrán disfrutar. Una vida en la que no se los ve como una bella golondrina que migra del sur al norte; al contrario, se trata de una vida en la que se los observa minuciosamente como a un horroroso y negro murciélago chupa sangre.

Autor: Isabel Mesa Gisbert

Publicación: Lectura en la presentación del libro en La Paz. 9/08/2009